23.12.08

y algunas humanidades más

A la hora de defender su regreso al cigarrillo, los argumentos de Tapia son irrebatibles. “A mí no me da culpa..., porque yo lo hago", dice ella, con la frente alta y un desparpajo absoluto.

María no puede soportar que la puertita que oculta la correa de la persiana quede abierta. Cuando se da cuenta que alguien la dejó así, corre rápidamente a cerrarla.

Juan Ignacio es un creador de grandes frases. “Me voy a convivir solo”, “Me duele el corazón” y “Si el día tuviese más horas, dormiría menos”, son algunas de sus más recientes.

A Verónica, una verdadera fanática del Nesquik frío, le gusta desayunar y volver a la cama con la panza llena.

Abril tiene sólo dos años y le gustan tanto los perros que es capaz de meterse sin problemas entre toda una jauría. Sin miedo, se deja lametear por canes que la doblan en tamaño y le acercan sus dientes. Ella simplemente se mata de risa y disfruta.

Cada tres horas, suena la alarma del estómago de Diego. Su reloj biológico es tan preciso que a los 180 minutos, casi sin excepciones, necesita saciar el hambre que cíclicamente lo asalta.

Nacho se fue hasta el Puerto de Frutos del Tigre convencido de encontrar manzanas, peras y duraznos a buen precio. Cuando llegó, se dio cuenta que allí había de todo menos frutas. Resignado, se compró una jabonera.

Cuando Lorena se emborracha, su tonada tucumana resurge en toda su expresión.

Es todo un clásico. Estás mil años esperando un colectivo y justo cuando prendés un pucho, la figura de aquel esquivo armatoste aparece en el cercano horizonte urbano.

16.12.08

Niemeyer, el poeta del hormigón armado

"No es el ángulo recto el que me atrae
ni la línea recta, dura e inflexible
creada por el hombre
Lo que me atrae es la curva libre y sensual
la curva que encuentro en las montañas de mi país
en el curso sinuoso de sus ríos
en las olas del mar
en las nubes del cielo
en el cuerpo de la mujer preferida
De curvas está hecho el Universo
el Universo curvo de Einstein"

Oscar Niemeyer

“La vida es un soplo”, escucho decir a Oscar Niemeyer en un documental que acaba de emitir el canal Encuentro. En el caso de este arquitecto brasileño de 101 años recién cumplidos (nació el 15 de diciembre de 1907), pareciera mucho más que eso. Emociona escucharlo, verlo dibujar nuevamente cada una de sus ya consagradas obras con un marcador negro sobre el papel. Aunque se dice un “viejo pesimista”, este verdadero “poeta del hormigón armado” y enemigo de los ángulos rectos –que se animó a redefinir lo urbano- motiva con cada palabra, con cada gesto.

Cuando en 1956 el presidente de Brasil, Juscelino Kubistchek, decidió encarar la construcción de Brasilia, Niemeyer trabajó con el urbanista Lucio Costa y le dio sus particulares formas a la nueva capital. Allí, dejó su impronta en obras como el Palacio del Planalto (la Casa de Gobierno brasileña), un Congreso muy particular, una Catedral de diseño totalmente innovador y muchos otros edificios públicos que llevan su sello.

“Brasilia debería parar”, dice ahora Niemeyer, para quien el crecimiento de toda urbe debe ser controlado. Su idea es la de multiplicar centros urbanos en vez de extender los límites de las grandes ciudades, que así se hacen demasiado densas y por ende inhabitables.


Con la llegada de la dictadura brasileña, este arquitecto se tuvo que exiliar y fue así que desplegó sus obras por el mundo entero: la Universidad de Constantina en Argelia, la sede del Partido Comunista en Francia, la casa central de la Editorial Mondadori en Italia fueron algunas de sus obras preferidas. Cuando volvió a su país, siguió regando de curvas el paisaje, como en aquel increíble Museo de Arte Contemporáneo de Niteroi.

En Río de Janeiro, Niemeyer construyó para sí una casa totalmente adaptada a la naturaleza, muy sencilla, manteniendo incluso la roca originaria del morro, que de esta manera forma parte de algunos ambientes. Él mismo cuenta la anécdota de aquella vez que lo fue a visitar Walter Gropius y le hizo una objeción que al brasileño le causó mucha gracia, pero también sorpresa por tratarse de una persona que él consideraba tan inteligente. “Esto no se puede multiplicar”, le dijo el fundador de la Bauhaus.

Enemigo acérrimo del capitalismo y eterno luchador por la igualdad social, Niemeyer todavía tiene grandes proyectos por delante: Hugo Chávez le encomendó un museo en honor a Simón Bolívar que tendría forma de flecha apuntando hacia los Estados Unidos y rompería el récord mundial de hormigón armado suspendido. Además, diseñó un Puerto de la Música que se construirá en Rosario (sería su primer obra en la Argentina y la elección de la ciudad estaría basada en su admiración por el Che Guevara).

8.12.08

Las calles y las cosas

Faros, llantas, paragolpes, radiadores, baterías, parabrisas
Warnes es la calle de los repuestos automotores
Suena a chiste, pero en Libertad se encuentran los estéreos robados
allí también abundan relojes y oro no sé cuántos kilates
Por Plaza Dorrego, las antigüedades crecen (o envejecen) como hongos
pero si uno quiere muebles nuevos, hay que “patear” avenida Belgrano

Los instrumentos musicales suenan en las vidrieras de Talcahuano
sobre Paraná se encuentra casi cualquier artefacto eléctrico
y en Uruguay, sobran telgopores, cartelería y acrílicos
Los amantes de los libros se enamoran en los estantes de Corrientes
sin embargo, si lo que se busca es algún nuevo tomo jurídico
hay que volver a Talcahuano, ahí pegado a Tribunales

En Scalabrini Ortiz, se venden lanas e hilos de todos los colores
y sobre Moreno las casas de telas despachan rollos a cada segundo
pero todo el barrio de Once es un gran reino textil
el paraíso de los que buscan metros de género a buen precio

En Córdoba, los outlets de ropa prometen ofertas y no tanto
Pero si uno quiere comprar algo de cuero, tiene que ir a Murillo
Y la calle de las camperas es, sin dudas, Forest
(aunque en el 444 vendan aceite “bueno y barato”)


26.11.08

"Black", hace tres años y un poco antes

El 26 de noviembre de 2005, Pearl Jam daba en Ferro el último de sus dos recitales en la Argentina. Entre muchos buenos temas, tocaban Black, un clásico y uno de mis preferidos de la banda de Vedder y compañía. Acá va, dedicado a mi viejo El Negro, por supuesto.

9.11.08

Guiños

A veces, la ciudad te hace un guiño. Te invita a descubrirla, a recorrerla, a apreciarla en toda su belleza, a conocerla de verdad. Sólo hay que estar abierto, sensible. Sólo hay que dejarse enamorar. Por ella.

27.10.08

El cantante más famoso del subte

Quizás muchos de ustedes lo conozcan. La semana pasada lo vi mientras viajaba en la línea B, pero es una fija de casi todos los ramales del subterráneo. Llevaba musculosa gris, un pantalón bien alto al mejor estilo Mono Navarro Montoya y su clásico walkman. En su mano derecha, sostenía una tarjeta con la que tapaba su boca, esa misma que suele lanzar agudas y estridentes estrofas musicales. Es, sin dudas, el cantante más famoso del subte.

“¿Qué pasa, qué pasa, que no hay más fernet con coca?, ¿qué pasa, qué pasa, que no hay más fernet con coca”?. Con este mágico estribillo de Fernet con coca, emblemático tema de Vilma Palma e Vampiros, el muchacho hizo su aparición estelar en aquella formación. Y no dejaría de repetirlo en ningún momento, mientras recorría los distintos vagones, casi siempre parado frente a alguna puerta, totalmente ajeno al resto de los pasajeros.

Miradas esquivas, indiferencia, risa contenida, miedo: las reacciones que genera el cantante más famoso del subte (al que algunos califican lisa y llanamente como “el loco del subte”), son de lo más diversas. Sin embargo, a él parece no importarle y por nada del mundo deja de entonar su tema del día. Esta vez parecía fanatizado con Vilma Palma, pero su repertorio es mucho más amplio. Tendré que esperar a la próxima oportunidad para escuchar algún otro de sus hits.

8.10.08

La ciudad, según Paul Auster

"Cuando vives en la ciudad, aprendes a no dar nada por sentado. Cierras los ojos un momento, o te das la vuelta para mirar otra cosa y aquella que tenías delante desaparece de repente. Nada perdura, ya ves, ni siquiera los pensamientos en tu interior. Y no vale la pena perder el tiempo buscándolos; una vez que una cosa desaparece, ha llegado a su fin."

"En la ciudad hay muchas calles por todos lados, pero no dos iguales. Pongo un pie delante del otro, luego el otro frente al primero, y sólo espero poder volver a repetirlo todo otra vez. Sólo eso. Me gustaría que entendieras cómo es mi vida ahora: me muevo, respiro el aire que se me concede y como lo menos posible. No importa lo que digan los demás; lo único importante es mantenerse en pie."

"Lo cierto es que si no fuera por el hambre ya no sería capaz de seguir. Hay que acostumbrarse a sobrevivir sólo con lo indispensable. Si uno espera poco, se conforma con poco, y cuanto menos necesite, mejor se sentirá. Esto es lo que la ciudad le hace a uno, le vuelve los pensamientos del revés. Le infunde ganas de vivir y, al mismo tiempo, intenta quitarle la vida. No hay salida, lo logras o no lo logras; si lo haces no puedes estar seguro de conseguirlo la próxima vez; si no lo haces, no habrá próxima vez."

"Cuando caminas por las calles debes dar sólo un paso por vez. De lo contrario, la caída se hace inevitable. Tus ojos deben estar siempre abiertos, mirando hacia arriba, hacia abajo, adelante, atrás; pendientes de otros seres, en guardia ante lo imprevisible. Chocar con alguien puede ser fatal; cuando dos personas chocan comienzan a golpearse con los puños o, en su lugar, se dejan caer y no intentan levantarse nunca más. Antes o después llega el momento en que uno ya no intenta levantarse. El cuerpo duele, ya ves, no existe ningún remedio contra esto y aquí resulta mucho más terrible que en cualquier sitio."

"Se levantan nuevas ruinas y las antiguas desaparecen. Es imposible saber por qué calles se puede caminar y cuáles hay que evitar. Poco a poco, la ciudad te despoja de toda certeza, no hay ningún camino inmutable y sólo puedes sobrevivir si aprendes a prescindir de todo. Debes ser capaz de cambiar sin previo aviso, de dejar lo que estás haciendo, de dar marcha atrás. Al final todo se reduce a esto, por lo tanto es necesario aprender a descifrar los signos."

"La mejor política en la ciudad es creer sólo en lo que ven tus propios ojos. Aunque ni siquiera ese es un método infalible ya que muy pocas cosas son lo que aparentan ser, especialmente aquí con tanto que asimilar a cada paso, con tantas cosas que desafían el entendimiento. Cualquier cosa que veas tiene la capacidad de herirte, de hacerte sentir inferior a lo que eres, como si por el mero hecho de ver algo te despojaran de parte de ti mismo. A menudo uno siente que mirar puede ser peligroso y suele apartar la mirada o incluso cerrar los ojos."

"Lo principal es no acostumbrarse, porque los hábitos son nocivos; incluso la centésima vez que te topas con una cosa, debes hacerlo como si no la conocieras de antes. No importa cuántas veces, siempre debe ser la primera. Esto es casi imposible, ya lo sé, pero es una regla absoluta."

Extractos de El país de las últimas cosas, Paul Auster.

22.9.08

Hogar dulce hogar

Como ya dije alguna vez, soy un gran fanático de las casas en demolición. Por eso, no pude dejar de prestar atención a la que está en la esquina de Crámer y Virrey del Pino, justo al lado del puente por donde pasan las vías del Mitre.
Los azulejos celestes al descubierto, pero fundamentalmente esos dos hogares que ahora tienen vista a la calle, conforman un paisaje muy especial e invitan a imaginar las escenas cotidianas que allí se vivieron...

21.8.08

Fauna urbana: las palomas, “ratas con alas”

“Ratas con alas”. La definición se la escuché a mi padrino Francois la última vez que estuvo en Buenos Aires y, aunque las palomas no parecen tan jodidas como los pequeños roedores que surcan cada rincón de la gran ciudad, me pareció una denominación bastante atinada.

Al igual que con las ratas, no hay urbe en el mundo que no haya sido invadida por cientos de miles de palomas. En Buenos Aires están por todos lados y, si bien la Plaza de Mayo podría considerarse como el epicentro de esta plaga alada, hay algunas sucursales menos conocidas e igual de concurridas.


Sin dudas, una de las filiales más importantes es el verdadero “palomar” que está en la esquina de Gascón e Hipólito Yrigoyen, en pleno barrio de Almagro. Allí, los plumíferos urbanos se apoyan plácidamente y de a montones sobre los cables, configurando un paisaje casi hitchcockiano.

Quién sabe por qué eligen aquel lugar, ese cuadrado imaginario cuyos vértices son una farmacia, una gomería, una fiambrería y un restaurant. Lo cierto es que acuden en masa y todo el que por allí camine deberá tener especial cuidado de no recibir algún cordial “saludo” desde las alturas.

1.8.08

Ataque de pánico en la línea D

De repente, algo me distrae. Una respiración que se hace más y más fuerte y que me impide seguir con la apasionada lectura de El lobo estepario. ¿De dónde viene? El jadeo aumenta su intensidad a cada momento, pero no puedo divisar su origen. Y entonces lo encuentro: en el asiento de enfrente, un muchacho de treinta y pico profiere grandes bocanadas, en un intento desesperado por meter algo de oxígeno dentro de su humanidad. Se pasa la mano por la frente una y otra vez, mientras la desesperación se le comienza a dibujar en la cara, en esos ojos que miran desorbitados. Una parejita que viaja a su lado reacciona rápidamente, tratan de calmarlo y le preguntan qué le pasa: “Es un ataque de pánico”, balbucea como puede.

Claro, es otra apasionante jornada en la línea D del subterráneo porteño. La formación, que una estación atrás ya venía disminuyendo su ritmo, está parada en Tribunales hace un par de minutos. Algunos creen que es por el muchacho (de hecho, ya se pidió la presencia de un médico), pero lo cierto es que el subte ha interrumpido su servicio y no continuará funcionando aquella noche.

Por suerte, la parejita solidaria tardoadolescente –deben rondar los 20 años- parece saber de estas cuestiones: ella saca un blister de Rivotril, corta una pastilla a la mitad y se lo da con un poco de agua que un tercero ofrece. Pura sensibilidad, la piba le dice que va a estar todo bien y hasta acaricia su cabellera para tranquilizarlo. Pero no hay caso: el muchacho en pánico no puede detener la curva descendente de su estado: “¡Me voy a morir, me muero…!”, grita una y otra vez. La policía irrumpe en el lugar y, mientras se espera la llegada de un médico, personal de Metrovías nos invita a abandonar el vagón. La parejita se queda, pero no alcanzo a ver el desenlace de aquella historia…

Tres días después, mientras espero que llegue el subte B en Florida, alguien pasa a mi lado y se detiene a pocos metros sobre el andén. La sorpresa es enorme: es el muchacho del ataque de pánico, ya más calmado. “Sobrevivió”, pienso aliviado y me río de la extraña coincidencia. Cuando llega el tren, otra vez queda sentado frente a mí. Es entonces cuando me mira y por un momento parece como si me reconociera. Se baja rápido, en Carlos Pellegrini, seguro para combinar con la D. Espero que no vuelva a caer preso de la angustia…

14.7.08

Unicelulares

A veces, pareciera que la ciudad está llena de locos. Gente que habla sola y gesticula ampulosamente mientras camina. Los temas que tocan son de lo más diversos (la pareja, la familia, los amigos, el fútbol, el trabajo) y hasta argumentan con detalle cada una de sus solitarias disquisiciones. Después, súbitamente, todo se aclara: nos damos cuenta que están con el teléfono celular. Tienen un auricular y un pequeño micrófono, un “manos libres” que les permite hablar y hablar sin parar, largando sus estrofas al aire. Mientras tanto, la publicidad –y algunos conocidos también- quieren que tengamos vergüenza por nuestro viejo aparatito, ese que no saca fotos ni toma videos ni permite escuchar música ni reconoce nuestra voz ni deja de sonar cuando le pasamos la mano por encima ni se conecta a internet ni.

Otros optan por chequear si les llegó algún mensaje de texto, una y otra vez. Alguien tiene que haber mandado algo. Un amigo, invitándonos a algún lado. Una mujer, dejándonos palabras dulces. Incluso nuestros viejos, recordándonos esto o aquello, dejando un reproche o un consejo. Pero no hay mensajes. No hay nada. Quizás sea tiempo de mandar alguno. Esperar la contestación. Revisar. Recibir. Leer. Contestar. Esperar. Sonreír. Pensar. Contestar. Se puede estar así por horas. Los dedos se mueven como palomas que dan pequeños saltos. Frases cortas. Palabras que se cortan. Contacto que parece tener un sentido primordial: el del contacto mismo.

También se puede llamar. En cualquier momento, intentar hablar con alguien. De última, dejar un mensaje. A cada segundo, el mundo se llena de mensajes en los contestadores automáticos. Miles de voces son grabadas sin devolución instantánea, sin retroalimentación. Sin el otro. Pocas cosas hay más tristes que las voces que habitan de a ratos en los contestadores. Testimonios del desencuentro, registros de la soledad.

Se puede, también, encender la computadora. En la casa o en el trabajo, abrir una ventanita a un costado y ponerse a chatear con el resto de los “conectados”. Mientras tanto, chequear los benditos mails. Si no se recibe ninguno importante, al menos llegarán algunos spam (¿no deseados?), cadenas con chistes, supuestos mails solidarios que deben reenviarse para no morir a los pocos días, información de eventos varios a los que nunca asistiremos y más, mucho más. No importa. Los abrimos. Los leemos o casi no. Los borramos. Tenemos mensajes, siempre tenemos mensajes. Vivimos soledades concurridas, aislamientos hiperconectados.

14.6.08

Música para mis sentidos

Es viernes a la noche y vuelvo del trabajo. Tengo una gripe que me hace moquear cada dos por tres y un dolor de cabeza por el cual prefiero evitar el mínimo gasto mental. Es un viaje en subte como cualquier otro y sólo quiero dormir, cerrar los ojos y olvidar el mundo siempreigual que me rodea por unos minutos. Como casi todos mis compañeros de vagón, no registro nada, no puedo registrar nada.

Sin embargo, una guitarra y un tambor me sacan del letargo. Su melodía de dulce bosanova parece ir abriendo mis sentidos, volviéndome receptivo otra vez. Puedo ver a la mujer que lee Los crímenes de la calle Morgue en una extraña versión inglés- español (un idioma en cada página), las señoras bien que sacan casi al mismo tiempo un billete de dos pesos mientras una dice “los músicos me conmueven”, el pibe que besa el brazo de su novia morocha y bastante desabrigada que le contesta con una sonrisa, el muchacho que compra una pulsera de plástico truchísima y se la pone como si fuera una valiosa joya. Todos ellos son personas. Puedo ver otra vez.

También puedo ver al viejo que camina a toda velocidad por el pasillo, se lleva a todos por delante y casi se me cae encima con tal de ocupar aquel codiciado lugar vacío. Es la misma historia de siempre, la lucha estúpida por un asiento, pero esta vez me río sin ningún tipo de pudor. Me río con ganas de aquel esfuerzo ridículo, como tantos otros que hacen miles de personas todos los días en esta gran ciudad. Entonces me doy cuenta: aún con sus incontables imperfecciones, por momentos este mundo parece perfectamente vivible.

6.5.08

Con los pies bien firmes sobre las aguas

La leyenda cuenta que Manco Cápac y su mujer Mamá Ocllo partieron desde la Isla del Sol –en lo que hoy sería Bolivia- y, luego de enfrentar varios días de tempestades, descansaron en la Bahía de Puno (que en quechua significa “sueño”). Desde allí se dirigieron al Cusco, donde Cápac se convirtió en el fundador y primer gobernante del Imperio incaico. A unos metros de las costas de Puno, en esas mismas aguas donde habría tenido lugar un capítulo clave en el origen de una de las civilizaciones más importantes que tuvo la humanidad, se encuentran las Islas Flotantes de Los Uros.

Aunque llueve y hace frío sobre el Lago Titicaca, los uros nos reciben con la mejor de sus sonrisas. Mientras descendemos del barco y ponemos pie en una de las más de veinte islas que tiene esa comunidad al ras de las aguas, hombres y mujeres envueltos en coloridos atuendos tienden sus manos hacia nosotros al tiempo que nos dedican un cordial saludo en lengua aymara.

Luego de llevarnos bajo techo para que la incesante lluvia no nos alcance, Willy, uno de los habitantes de la comunidad, se adelanta al resto de sus pares y nos muestra cómo construyen sus islas con la totora, una especie de junco que crece profusamente algunos metros aguas adentro del Titicaca peruano. Los isleños cortan pequeños bloques de raíces entrelazadas y los atan unos a otros, conformando así una plataforma flotante cuyos extremos son “anclados” al fondo del lago. Además, sobre los bloques disponen varias capas de juncos secos que forman el piso de la isla y dan la sensación de estar caminando sobre un esponjoso colchón.
La totora está presente en casi cada aspecto de la vida de los uros. Además de las propias islas, con ella fabrican sus chozas, los botes con los que se desplazan por el lago y las artesanías que venden a los eventuales visitantes. Pero no sólo eso: esta planta también sirve como alimento. Una mujer se acerca, retira los filamentos externos y nos ofrece toda la blancura del tallo: aunque no tiene mucho sabor, comprobamos que puede ser bastante refrescante y calma un poco el hambre de esa fría mañana. Al lado nuestro, un chiquito chupa una y otra vez aquel junco, que por lo visto también puede hacer las veces de chupete natural.

“En las islas, tenemos nuestro propio torneo de fútbol”, dice Willy, quien confiesa ser hincha de River y el Cienciano de Cusco. Aunque su equipo marcha en quinta posición y ya no tiene posibilidades de alzarse con el título de “campeón”, recuerda con emoción aquella vez que, gracias a la “garra charrúa” de un turista uruguayo que se quedó una noche a dormir con ellos, le ganaron 2-1 a uno de sus más acérrimos rivales. Luego, señala a un chiquito que no debe pasar los dos años y que se divierte con un camioncito de juguete en la puerta de una choza. “Es mi hijo Max, el futuro crack del Perú”, dice con orgullo.

Aunque originalmente los uros conformaban una etnia propia, una de las primeras que habitaron América del Sur, en la actualidad buena parte de los habitantes de estas islas flotantes que se encuentran a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar son de origen aymara, la antigua civilización que ocupó buena parte de Bolivia, el sur del Perú y parte de Chile.


En realidad, los uros originarios no vivían sobre las aguas, pero se vieron obligados a construir sus islas sobre el Titicaca para refugiarse de la persecución de Pachacútec, el noveno inca, quien llevo a aquel imperio a su máxima expresión. También fueron hostigados por los españoles que llegaron más tarde y querían mano de obra descartable para trabajar en las minas. Pero ellos resistieron y allí se quedaron a vivir.

A pesar de su forma de vida tan particular, los uros no son personas cerradas ni están aislados de la sociedad, como lo evidencia el hecho de que se hagan llamar por nombres como “Willy” o “Max”, que de aymara tienen poco y nada. Hace algunos años, comenzaron a hacer del turismo una de sus principales fuentes de ingresos y permiten a los visitantes acercarse hasta sus casas sobre el agua. Tampoco se niegan a los avances tecnológicos: en el interior de algunas viviendas hay radio y TV, alimentados por medio de un panel solar que les proporciona la energía necesaria y que –según cuentan- fue un regalo del ex presidente Alberto Fujimori. Sin embargo, cuando el polémico mandatario -actualmente enjuiciado por la Justicia de su país- les ofreció mudarse a tierra firme, la mayoría se negó en forma rotunda. No querían perder sus raíces, esas que tan firmemente han echado sobre las quietas aguas del Titicaca.

En la isla de Willy y compañía conviven seis familias, en total algo así como 30 personas. Los hombres se dedican a las tareas que requieren mayor fortaleza física, como la construcción de las islas, botes y chozas, mientras que las mujeres se encargan de las comidas. A la hora de cocinar sus alimentos –generalmente pescado- los uros deben hacerlo sobre chapas para evitar que el fuego consuma los juncos y provoque alguna tragedia. Willy recuerda con pesar aquella vez que las llamas acabaron con una isla entera y la vida de dos chiquitos que murieron quemados.
Las mujeres no sólo saben cocinar: también son hábiles artesanas y excelentes cantantes. Sí, cantantes. Cuando los hombres llevan a unos turistas a dar un paseo en bote, ellas sacan a relucir sus dotes artísticas y se divierten entonando canciones que poco tienen que ver con su cultura originaria. “Vamos a la playa, oh oh oh oh oh….”, se escucha, mientras agitan sus brazos de un lado al otro y provocan las sonrisas de los navegantes. Y hasta se animan con algunas estrofas de una popular canción inglesa: “Row, row, row your boat, gently down the stream / Merrily, merrily, merrily, merrily / Life is but a dream”. O con la francesa “Frère Jacques”, cuya pronunciación una emocionada turista suiza se encarga de perfeccionar ante la atenta mirada de sus ocasionales alumnas. Las isleñas tratan de tomar algo de cada cultura, como si buscaran algo más que un simple intercambio comercial. Sus limpias sonrisas y sus ojos de mirada franca y profunda no dejan lugar a dudas. Después, le cantan al dios Inti para que las nubes se hagan a un lado. Levantan sus manos con la mirada hacia el Este y no pasa mucho tiempo hasta que el sol hace su aparición para calentar nuestros cuerpos.

Por supuesto, agradecemos el gesto y comenzamos a despedirnos. Aunque cuesta decir adiós, la paciencia del capitán de nuestro barco parece estar agotándose. Las isleñas siguen cantando y piden que nos quedemos un rato más. “Que los pasen a buscar a la tarde”, se escucha al unísono. Pero debemos seguir viaje. El motor arranca y el bote comienza a alejarse. Las olas agitan los juncos que aún no han sido arrancados del fondo del Titicaca y se mueven rítmicamente de un lado a otro. Los brazos de los uros parecen imitar ese vaivén, saludándonos desde el borde de aquella isla que se va haciendo cada vez más pequeña.

23.4.08

Cabezas llenas de humo

Apenas subimos al 180, los gritos de una casi sexagenaria que hablaba por celular se llevaron toda nuestra atención: “¡Ahora mismo saco los pasajes y me voy a la Patagonia!” Botella de agua en mano, la exaltada señora vociferaba con el telefonito sin importarle la presencia de los otros pasajeros. Sin dudas, hablaba con su hija: “Nena… ¿no ves los noticieros vos? ¡Informate! Acá la gente sigue viviendo como si no pasara nada, no se dan cuenta…”

Claro, la vieja estaba refiriéndose al humo que hace cuatro días cubría la ciudad de Buenos Aires. “Mirá, pensalo eh, yo me quiero llevar a mi nieto…”, decía la abuela, mientras aseguraba que, afortunadamente, ella era más “despierta” que el resto de los porteños y repetía su intención de emigrar hacia el sur. Pero su hija parecía no hacerle demasiado caso. “Bueno, nena, informate eh, por favor…”, se escuchó de boca de la señora justo antes de cortar aquella comunicación.

“Qué se piensan… se incendió Roma, se incendió Babilonia…”, murmuró ya desquiciada la vieja a quien quisiera escucharla en el bondi. Luego, se llevó la botella de agua a la boca. Tomó unos cuantos tragos y dejó escapar algunas gotas por la comisura de sus labios, mojándose las mejillas y humedeciendo el resto de su cara con la ayuda de sus dedos. Estaba agitada y jadeaba como si le estuviera faltando el aire. Sin dudas, había mucho humo en su cabeza. Los medios habían dicho que aquel manto gris que se posaba sobre Buenos Aires no era tóxico, pero nosotros ya empezábamos a dudar seriamente de la veracidad de aquella afirmación.

27.1.08

Planeando

"Volando sobre la aldea", Marc Chagall
"Si te dan a elegir, qué preferís: ¿ser invisible o poder volar?", me preguntaron alguna vez. Para mi, no hay dudas.

Cada tanto, sueño que mis brazos son alas y vuelo sobre los edificios de esta bendita ciudad. Como el mismísimo Neo en "Matrix", con sólo proponérmelo puedo viajar adonde quiero. Arriba, abajo, hacia los costados, ni siquiera necesito mover mis extremidades. Es una sensación increíble y lamento mucho cuando llega el momento del despertar. De nuevo en la matriz…

10.1.08

Porteros-informantes: de mal en peor

La red de espionaje que comandan los encargados de edificios y que venimos denunciando en este blog, ya tiene un cliente de lujo: el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Sí, los más altos funcionarios de nuestro país no ignoran el poder informante de los porteros y los han convocado nada menos que para su cruzada contra la crisis energética.

Parece ficción, pero no lo es. Los encargados, poseedores de gran cantidad de información sobre cada vecino de su edificio, deberán hacer un conteo de los equipos de aire acondicionado que tiene cada uno, datos que serán pasados a las distribuidoras de energía eléctrica.

Como dije en entregas anteriores, los porteros son personajes de temer, pero este nuevo vínculo con el Gobierno (hay una excelente relación entre su sindicato, el SUTERH, y el Poder Ejecutivo), los convierte en seres más peligrosos todavía.