31.10.10

Ese sueño


Estábamos almorzando, comiendo un asado. Néstor, mi viejo, yo y algunas personas más. Todos alrededor de la larga mesa de aquella casa de Ingeniero Maschwitz. Aquella entrañable casa que construyó El Negro y que todos queríamos tanto. Néstor, mi viejo y yo, charlando sobre algo que ahora no recuerdo. Sólo me acuerdo que la estábamos pasando bien. Y que al otro día no podía creer haber tenido ese sueño.

11.10.10

El exilio de Perón

De la pared del living a un oscuro espacio al costado de la heladera. Luche y vuelve.

1.10.10

Los mundos, el mundo

La parejita que paseaba al perro. El hombre de sobretodo que aguardaba para cruzar carpeta en mano. El peluquero que charlaba con su cliente. El muchacho que llevaba el CPU. La niña que miraba hacia la calle desde la ventana de aquel primer piso. La piba que mandaba y mandaba mensajes de texto y sonreía y sonreía. El viejo desaliñado de aquel kiosco medio sucio donde compré los Sugus confitados del día. La mujer que se enojó cuando la empujé sin querer en el subte (y que se enojó un poco menos cuando le pedí perdón y atribuí el empujón a una “reacción en cadena”).

A todos ellos miré hoy. A todos ellos. Con sus simplezas y complejidades. Sus vidas enormes y profundas. Llenas de cosas. Vacías, tal vez. Pero siempre llenas de cosas. Asuntos nimios o relevantes. Siempre importantes para cada uno. Complejidades. Cientos de miles de vidas complejas entremezclándose. Miles de millones de mundos. Haciendo a este mundo aún más infinito.

¿Qué estarán pensando? ¿Qué canción estarán cantando? ¿Qué comerán hoy a la noche? ¿Qué comprarán en el supermercado? ¿Qué les esperará cuando lleguen a sus casas? ¿Llegarán? ¿Qué palabras dirán al cruzar la puerta? ¿Habrá para ellos una sonrisa o tal vez un gesto adusto? ¿Habrá alguien para ellos o sólo un ambiente vacío? ¿A quién amarán? ¿En quién pensarán? ¿Con quién soñarán? ¿Con qué soñarán?

23.9.10

¿Alguna vez vieron tanta facha junta?

Eso solía preguntar una y otra vez, con su habitual humor, El Tano. Hace un año que nos quedamos sin su "tormenta de facha", sin La Boba ni El Fantasmita de Villa Lía. Sin sus ironías y sus graciosos relatos. Sin sus increíbles pasos de baile. Sin un amigo.

15.9.10

El abogado Sinley

El otro día viajé en el subte con el abogado Sinley. El de la vida sin normas. Putas, alcohol y despilfarro. Hablaba y se reía, sin importarle su deteriorada dentadura. “A las mujeres les digo: ‘Hoy es Puerto Madero y champagne, pero mañana puede ser pan y cebolla’”.

Pasan las estaciones y el abogado Sinley cuenta y cuenta. A su novia actual se la presentó una prostituta que él solía frecuentar. “Se quedó uno, dos, tres días y ahora hace nueve meses que está conmigo”, confiesa. Su nieto Valentino le dice “puta” y eso a él parece encantarle. Valentino es su debilidad. Por eso, lo visita todos los días, aunque sea cinco minutos. Cuando se despide, el pequeño no se hace problemas: “Ahora viene mi otro abuelo”, le tira.

El abogado Sinley asegura que el chiquito no llega a los tres años, pero que ya putea como un experto. “El otro día hicimos un piquete de calesita. Fuimos y la calesita estaba cerrada. ‘Puta madre’, gritó el pendejo. Y después se la agarró con el calesitero: ‘Puto, abrí’”. La mamá de Valentino no está muy contenta con la forma de vida de su papá, el abogado Sinley. “Perdoname, es el papá que me tocó”, le dijo a la nueva novia del letrado cuando se la presentaron.

Pierdo la noción de las estaciones. De repente, un colega lo saluda desde el otro lado del vagón. Le pregunta por su nieto y sue nueva novia. Todo lo que me ha contado Sinley parece cierto. Después, este otro boga dice que estuvo ternado otra vez para no sé qué puesto y que no lo eligieron, pero que la próxima vez le pedirá ayuda para salir seleccionado. Sinley parece haber sido alguien importante. Bah, al menos un tipo con contactos. Uno de esos abogados que, aunque en decadencia, se conocen todos los pasillos de Tribunales y también es conocido por todos en el ambiente judicial.

Estación Palermo. El abogado Sinley hace un gesto como para levantarse. Tiene que bajar. Saluda a su colega. Y también a mí. “Chau, pibe, un gusto para vos haberme conocido”, bromea. “Igualmente”, repito sin pensar. Y allá va él. Rumbo a la escalera mecánica. Sinley. Que se pierde entre la gente.

17.8.10

No pasarán

Puede pasar en una vereda, una esquina o una bocacalle. A la salida de un ascensor, en la puerta de entrada a un restaurant o en el andén del subte. A veces, dos personas quedan frente a frente y seguir adelante parece imposible. Cuando uno se mueve hacia la derecha, el otro lo hace hacia la izquierda. Cuando uno va hacia la izquierda, el otro va hacia la derecha. Así, en espejo, lo intentan una y otra vez, hasta que uno se detiene o el otro se ríe. Y la galleta se desanuda. Y el paso prosigue.

7.8.10

El spray

A veces, cuando bostezamos, nuestra boca puede llegar a lanzar un gracioso spray de saliva hacia el exterior. Sólo sucede cuando nuestra garganta adopta cierta posición única con la parte posterior de la lengua. Es un punto justo. Una extraña alineación bucal. Algo que se da muy poco. Sin embargo, cada tanto, corremos el riesgo de empapar a quien tenemos en frente. Como si fuésemos un Rey Momo. O una cobra venenosa. Asqueroso pero real.

30.7.10

Creer o reventar

Un canoso que hojea una mini-Biblia. Al lado, una chica con un catálogo de cosméticos. Y al lado, un pibe con una BlackBerry. Y al lado, una señora con una revista Casa Country.

26.7.10

El paso incómodo

Cuando, por cuestiones del azar, caminamos lado a lado, al mismo ritmo que un extraño, el paso se torna incómodo. Entonces, suele suceder que uno acelera. O el extraño baja un cambio. O viceversa.

15.7.10

Reincidente

El hombre es el único animal capaz de pisar dos veces la misma baldosa floja. Todo un reincidente en eso de empaparse las zapatillas.

12.7.10

El fútbol, a sol y sombra

Son apenas pasadas las nueve de la noche del domingo y Florida está casi desierta. Unos bocinazos de un auto que pasa por Corrientes interrumpen la calma. “Deben ser españoles que vienen del Obelisco”, pienso. Sí, hay españoles festejando en el Obelisco por el primer campeonato del mundo de La Roja. Por unos segundos, me imagino lo que hubiesen sido esas calles si Argentina hubiese alzado la Copa. La 9 de Julio a reventar, con miles de hinchas en celeste y blanco gritando, saltando, agitando banderas. Y los bocinazos que no hubiesen parado por horas, en un concierto que hubiese llegado hasta la madrugada del lunes. Los titulares grandilocuentes de los diarios. El recibimiento multitudinario a la Selección. El balcón de la Rosada, tal vez. La Plaza de Mayo que explota. Y Diego que cumple su promesa y se desnuda en el Obelisco. “No dije cuándo ni a qué hora”, había advertido desde Sudáfrica el DT. Tal vez lo hubiese hecho de madrugada, bajando de un auto que lo hubiese dejado ahí mismo, al pie del espigado monumento. No importa. Siempre hay gente en el Obelisco. Al menos dos mendigos, tres policías y diez taxistas hubiesen asistido a la graciosa escena. Y luego un video tomado por una cámara de tránsito del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires hubiese recorrido el mundo…

De repente, me sobresalto. Ya estoy en el subte, camino a casa. No hay gritos ni bocinazos ni rostros pintados de celeste y blanco. Sólo las mismas caras largas que siempre viajan bajo tierra y el sonido de las ruedas pegando contra las vías. El Mundial terminó. Y pienso en Galeano. En Eduardo Galeano, el escritor uruguayo, aquel que va por la vida pidiendo un poco de buen fútbol, como quien reza por una limosna. “Una linda jugadita por amor de Dios”, como dice en El fútbol a sol y sombra. Galeano feliz por el cuarto puesto de Uruguay. Levantándose de su sillón tras ver la final entre España y Holanda. Sorprendido por las patadas de los holandeses; conforme con la justa victoria española. Galeano que sale de su casa en Montevideo y por fin, luego de un mes, saca ese cartel que había colocado en la puerta: “Cerrado por fútbol”.

5.7.10

(Mi) Historia de los Mundiales

En el ’78 tenía apenas dos años y cero registro de aquel título que consiguió el equipo de César Luis Menotti. Del ’82 tampoco recuerdo nada, ni el 1-3 con Brasil, ni la eliminación argentina, ni aquel patadón de pura impotencia de Diego y su expulsión. El primer Mundial que viví como todo un futbolero de ley (que efectivamente ya era a los 10 años), fue México ’86.

Hay cosas que no se olvidan más. Como aquella tarde nublada en la que vimos Argentina-Inglaterra en la casa del Toro Mú. Al viejo del Toro no le gustaban los relatos de la TV y por eso apagaba el sonido y ponía la radio con Víctor Hugo. Así fue que vi el mejor gol de la historia de los mundiales mientras escuchaba el mejor relato de la historia de los mundiales. Barrilete cósmico. Para la final, nos fuimos a la casa del Escandinavo. Sufrimos mucho con el empate alemán cuando parecía todo cocinado y gritamos como nunca (con montonera incluida) el gol definitorio de Burru. Después, nos subimos al Peugeot 504 verde rural de mi viejo para festejar con bocinazos y banderas en el centro de Ingeniero Maschwitz. Inolvidable.

También recuerdo que durante y después del Mundial jugábamos al fútbol con los nombres de las grandes figuras. Mi hermano y yo estábamos fascinados con la sorprendente Dinamarca que finalmente cayó en octavos por goleada contra España. Él era Michael Laudrup y yo, Eljkaer Larsen (moría por aquella camiseta número 10 danesa, de gran diseño). Fuera de los argentinos, Scifo era de los más elegidos y, a la hora de ir al arco en aquellos eternos “mete-gol-entra”, se imponía otro belga: Jean Marie Pfaff. Además, nos la pasábamos entonando la canción del Mundial (la primera que quedó en nuestras mentes): “México ’86, México ’86, el mundo unido por un balón…”.

Con Italia ’90, ya adolescentes, sufrimos como locos. Y es que ese Mundial fue un sufrimiento para Argentina. El partido inaugural lo vimos en el departamento de la calle Arcos. Compramos papas fritas, chizitos, palitos, Coca, de todo; y nos comimos ese gol increíble de Omam Biyik. Bah, se lo comió Pumpido. Era lo mismo: Argentina había perdido 1-0 contra Camerún. Sufrimos también con la lesión de Nery, el ajustado pase a la segunda fase, los penales con Goyco en Yugoslavia e Italia y la triste y mediocre final que perdimos con Alemania. Pero hubo algo que gozamos como nunca: el increíble 1-0 contra Brasil en octavos de final. Lo que pasó cuando Caniggia metió ese gol tras el jugadón de Maradona fue algo que nunca volví a ver. El festejo más loco y furibundo. Ese día estábamos en la sede de Los Horneros y se rompió todo, desde un sillón hasta las muletas de madera del Beto, que poco tiempo atrás se había lesionado feo.

Pero el Mundial de Italia fue sólo el primero dentro de una larga racha de frustraciones. En Estados Unidos ’94 sufrimos cuando le “cortaron las piernas” a Diego y nosotros no sabíamos bien qué creer. En Francia ’98, salimos a festejar cuando le ganamos a Inglaterra por penales en octavos (recuerdo una turista estadounidense entremezclada con la masa que no podía entender tanta algarabía), pero luego sucumbimos con el gol de Bergkamp que nos mandó a casa. Ni hablar de 2002, cuando el sueño se evaporó en primera ronda. Las caras largas que vi en ese subte matutino cuando iba al laburo luego del partido con Suecia tampoco podré olvidarlas jamás. En 2006 estaba desempleado, así que miré absolutamente todos los partidos. Sí, todos todos. Tenía el cable recién instalado y un laburo casi seguro que arrancaba en agosto, así que la panzada de fútbol fue feroz. El gol de Maxi Rodríguez contra México en el alargue fue el último que me dejó afónico de tanto grito. La derrota con penales en cuartos ante Alemania, el local, dejó el sinsabor de saber que se podría haber llegado más alto, pero Argentina había hecho un buen papel.

Y llegó 2010. El primer Mundial que me tocó trabajar. Y trabajando se sufre menos, claro. Hay que poner la cabeza en acción y no hay mucho tiempo para gritos ni llantos. No hubo encuentro con los pibes para ver los partidos de la Selección. Y el golpe de la goleada de cuartos de final ante Alemania lo viví en una redacción. Una redacción que, salvo alguna excepción, se sumió en el más absoluto silencio cuando terminó el partido. Allí, más que nunca, trabajar fue la mejor medicina, el único remedio contra el dolor. Ese dolor que de a poco a uno lo va invadiendo, cuando piensa que faltan cuatro años para el próximo Mundial…

19.6.10

Saramago y los ciegos

"Antes, cuando veíamos, también había ciegos, Pocos en comparación con los que hay hoy, los sentimientos normales eran los de quien ve, y los ciegos sentían entonces con sentimientos ajenos, no como los ciegos que eran, ahora, sí, lo que está naciendo es el auténtico sentir de los ciegos, y sólo estamos en el inicio, por ahora aún vivimos de la memoria de lo que sentíamos, no precisas tener ojos para saber cómo es hoy la vida..."

Ensayo sobre la ceguera, José Saramago.

29.5.10

Un astro que gambetea transeúntes

Ahí va él. Zapatillas y medias blancas. Pantaloncito azul. Casaca verdeamarela con el "10" en la espalda. Pero arriba del número no dice "Pelé", sino simplemente "Astro". Ahí va. Zigzagueante por Avenida de Mayo. Dando pequeños saltos y gambeteando transeúntes, aunque sin pelota (o tal vez con una imaginaria). Ahí va. Como si fueran conitos, va dejando atónitos peatones en el camino. A toda velocidad, esquivando oficinistas y secretarias. Un crack.

7.5.10

Nadar

A veces para el mismo lado. A veces para lados diferentes. Se siguen. Se cruzan. Cada uno con su estilo. Pero siempre por el mismo carril. Nadan.

8.4.10

Como quien besa el barrio al irlo pisando

Y sin planearlo tú acaso / como que sin quererlo va y lo hace / te vi cambiar tu paso, hasta ponerlo en fase / en la misma fase que mi propio paso...

29.3.10

humanidades VIII (el regreso)

¿Qué son esas cosas? ¿Hormigas? ¿Mierda de murciélago? No, son las “gomitas” de la cancha de fútbol 5, esas que desparramás por toda la casa cuando te sacás las zapatillas.

Johanna habla con lapicera. En vez de “para”, dice “detiene”; en vez de “dijo”, “manifiesta”. Y nunca tiene “hambre”, sino “apetito”. Escribe con la boca.

Recién cuando ella se puso a hablar por celular, él pudo dejar de mirarla. Estaba dentro de un colectivo junto a otras veinte, treinta personas. Observó con detenimiento el rostro de casi cada uno de ellos. Sus ojos habían recuperado el mundo.

Cuando se acordó que tenía que devolver la película, Diego sufrió una repentina regresión. Pero duró muy poco y, al instante, lo envolvió la alegría: no iba a tener que rebobinarla.

Es un papelón. A veces, cuando uno se ríe fuerte en forma nasal, un flujo mucoso sale sin control, como disparado, y queda en evidencia ante la mirada de los terceros. Manotazo rápido. Pañuelo. Pero ya está. Tragame tierra.

Ya sabemos que a Johanna le gusta hablar con propiedad. Pero a veces tira palabras que son de otra época, como cuando para referirse a una publicidad habla de una “reclame”. Me hace acordar a mi nonna Tola.

Hubo una vez un editor que era tan pero tan fanático de Atlanta que cuando Chacarita (su clásico rival) logró el ascenso a Primera División, él se “olvidó” de publicarlo.

4.3.10

Hijueperra...

El corazón pega un salto y queda al borde del infarto. Un crepitar de células inquietas sube desde las entrañas, hace escala y estremecimiento en el estómago y se va directo a la capocha. La boca abierta como un túnel deja entrar una ráfaga de aire y después queda ahí, congelada. Un perro acaba de ladrar desde el otro lado de la reja, justo cuando aquel desprevenido peatón menos lo esperaba...

8.2.10

Montevideo llama

Por el Carnaval. Por sus llamadas. Por las murgas que derrochan ironía (la ligan hasta el perro de Mujica y Canarias, el “mate del país” que se cultiva en otro país). Por la tranquilidad de las calles de Malvín. Por la exquisita bondiola de "La fonda del puertito". Por la pizza de "El subte". Por esa playa sobre ese río que parece mar. Por el placer de tirarse en la arena, Drexler al oído. Por esa rambla que (a pesar de la lluvia) invita a caminar, termo bajo el brazo, mate en mano.

Montevideo llama. Y aunque no pusimos un candado en la fuente, volveremos.

8.1.10

Hola Cristina, te estamos llamando

Estaba cansado. Eran cerca de las 22 y había sido una tarde agitada. Cristina, Redrado, Cristina, Redrado, Cristina, Redrado. Se acercaba la hora de irse y se le partía la cabeza. Tenía que llamar a su amiga Vicky. Agarró el celular, entró en la "agenda" y empezó a buscar. Buscaba y buscaba y nada: no podía encontrar el número de su amiga. Entonces, se dio cuenta: no estaba buscando en la "V" sino en la "C". Se rió solo. Estaba muy quemado. Estaba buscando el teléfono de Cristina Kirchner.

2.1.10

Brindo

Por un Pan Dulce sin frutas. Por más mañanas al sol en la hamaca paraguaya. Por los amigos incondicionales. Por El Tano. Por más asados y charlas con los pibes. Por la carita de Abril cuando mira los fuegos artificiales (“las lucecitas”). Por la sonrisa de Jazmín. Por balances menos duros. Por los paseos en bici y los mates en la plaza. Por el fin de los miedos. Por los pocos acordes que aprendí y los muchos que vendrán. Por vos. Por ese guiso prometido. Por esa mágica fusión.