21.11.13

La noche del “Puuuummm!” y del “Zzzuuuhhhh!”


Yo estuve aquella noche del “Puuuummm!” y del “Zzzuuuhhhh!”. Tenía 17 años, estaba por terminar la escuela secundaria y ya era un enfermo de River. Habíamos ido al Monumental con “Nacho” y “Larva”, que nos había ofrecido un trueque muy tentador: repartir volantes para un candidato adentro del estadio a cambio de no pagar la entrada. Se venían las elecciones en el club y eran tiempos de campaña. Creo que fue la única vez que entré gratis a la cancha. En aquel entonces la política de River me importaba poco y nada;  sólo quería ver jugar al “Millo”, disfrutar con su buen fútbol, gritar los goles del equipo, festejar los campeonatos. Y en eso andaba veinte años atrás, aquel viernes 19 de noviembre de 1993. Con un manojo de volantes en la mano y un par de ojos clavados en el verde césped del Monumental, donde el River de Passarella y el Lanús de Miguel Angel Russo empataban cero a cero promediando el segundo tiempo. Hasta ahí, lo más emocionante había sido un escupitajo de “Nacho” que había impactado -sin querer- en la humanidad de un hincha que justo pasaba por delante nuestro. El damnificado nos miró enfurecido y enseguida imaginé lo peor: batahola en plena tribuna, golpes volando por los aires y el regreso a casa con un ojo hinchado (en el mejor de los casos). Sin embargo, un rápido pedido de disculpas pareció conformar a la víctima del salivazo y yo respiré aliviado.

En la cancha no pasaba demasiado. River no encontraba los caminos para doblegar el arco de Ojeda, pero Passarella seguía sin tocar el banco de suplentes, donde junto al “Flaco” Saccone y a “Richard” Altamirano, habitaban algunos nombres que luego serían ilustres –el “Pelado” Almeyda y el “Muñeco” Gallardo- y otros que pasarían francamente desapercibidos para el hincha millonario, como el “Polaco” Daniel Dobrik. El partido seguía cero a cero, pero en cuatro minutos todo iba a cambiar. 


A los 22 del complemento, Ramón Ismael Medina Bello calzó de volea un córner desde la derecha y la pelota se incrustó contra la red. Fue el “Puuuummm!”. A los 26, el “Mencho” de Gualeguay metió un cabezazo que dibujó una preciosa parábola y puso el 2-0 que sería definitivo en aquella noche del Monumental. Fue el “Zzuuuhhhh!”. River quedaba primero con 16 puntos, seguido por el “Granate” y Vélez, ambos con 14. Un par de días después, “La Academia” y “El Fortín” protagonizarían otro de los partidos destacados de la jornada: victoria 2-0 del equipo de Avellaneda en Liniers con aquella increíble chilena del “Lagarto” Fleita que dejó inerte a Chilavert y sentenció el encuentro.


Al término de la fecha, extasiado por los goles del “Mencho” y el triunfo de River, corrí a comprar El Gráfico, que en su tapa mostraba al goleador entrerriano abrazado por sus compañeros y titulaba: “River se juega al título”. En un recuadrito, a la izquierda, el “Flaco” Menotti posaba mostrando la camiseta del clásico rival. “Boca se juega a Menotti”, decía la revista. Y arriba de todo otro título daba cuenta de la reciente y angustiosa clasificación a Estados Unidos ’94: “Vamos al Mundial, ahora hay que armar la Selección”. Sin dudas, una edición con varios temas fuertes. Para mí, sin embargo, siempre será lisa y llanamente El Gráfico del “Puuuummm!” y del “Zzzuuuhhhh!”, tales las onomatopeyas que usó el periodista que escribió la crónica sobre aquel triunfo “Millonario”.


En la nota, se evocan otras jornadas de gloria del “Mencho”. Se mencionan los dos goles a Newell’s en julio de 1992 para meterse en la Copa Libertadores, el taquito contra Perú jugando para la Selección por Eliminatorias en el Monumental, un cabezazo contra Paraguay y finalmente uno que se destaca claramente sobre el resto: aquella obra maestra que dibujó ante Estudiantes de La Plata el 13 de mayo de 1990 y que ayudó a darle un campeonato a River. “El mejor de mi vida”, dijo alguna vez el Mencho. Caño a un Trotta que pasa de largo como bondi lleno, el “Ruso” Prátola que tampoco puede, el arquero Battaglia que queda pagando (pelota por un lado y jugador por otro) y toque a la red ante el cierre desesperado de Craviotto. El mejor, sin dudas. Cuando me acuerdo del “Mencho” me vienen a la mente dos cosas: aquella noche de  sus dos golazos a Lanús y –sobre todo- aquella apilada fantástica contra el Pincha que provocó el delirio de miles de hinchas de River.


Este año pude ver al querido “Mencho” nuevamente jugando al fútbol en el Monumental. Fue en la despedida del “Burrito” Ortega, el último gran ídolo del “Millo”. Aquel entrerriano que de chiquito cazaba nutrias y de grande aprendió a cazar goles, tiene ahora 47 años, algunos (cuantos) kilitos de más y menos potencia que antes. No hubo “Puuuummm!” ni “Zzzuuuhhhh!” en aquella tarde-noche de Nuñez, pero su sola presencia me llenó de alegría. 

23.8.13

Navarro, un rato antes de las cuatro


Un hombre espera al viento en medio de la laguna, una oveja se queda petrificada frente a una cámara y la vieja estación sigue huérfana de trenes. El tiempo parece detenido, pero no. En Navarro, un rato antes de las cuatro de la tarde del domingo, las únicas que se mueven son las agujas del reloj.




Navarro, provincia de Buenos Aires

6.8.13

La perra Nea y los mundos imposibles de Escher


Me levanto medio dormido y enfilo para el baño, pero en el pasillo tropiezo con una escena que desafía mi entendimiento. Una perra acostada… ¿en el piso o en la pared? De repente, las leyes del mundo parecen subvertirse y me siento como atrapado adentro de un cuadro de Escher. La perra no es otra que Nea, la ovejera belga que nos acompaña desde enero. Y Escher no es otro que Maurits Cornelis Escher, un artista holandés que siempre me rompió la cabeza con sus grabados de figuras imposibles y mundos imaginarios. Su obra me impresionó desde que era chico: mi viejo -que era arquitecto- tenía un par de cuadros con reproducciones suyas. Una era “Relatividad”, una litografía de 1953 que muestra a varias figuras humanas subiendo y bajando escaleras en medio de paredes que a la vez son pisos y pisos que a la vez son paredes. Me encantaba quedarme mirando esa imagen, mientras trataba de desentrañar cómo había hecho el artista para idear y dibujar tan perfectamente aquel espacio paradojal.


"Relatividad" (Maurits Cornelis Escher, 1953)

Paradojal también es Nea, esa perra que duerme con sus patas apoyadas contra la pared. Esa ovejera belga que -al menos por un rato- “da vuelta la casa” y me transporta a los mundos imposibles de Escher.

26.7.13

Sobredosis de los Pérez García

J ha llevado al extremo la famosa frase “tiene más problemas que los Pérez García”, generalizando su uso para prácticamente cualquier situación. Suele decir cosas como:

“Tiene más vueltas que los Pérez García”

“Tiene más amigos que los Pérez García”

“Mira más partidos que los Pérez García”

“Come más que los Pérez García”

“Se queja más que los Pérez García”

Y la última que le escuché:

“Esta billetera tiene más cosas que los Pérez García”

Se lo aplica a casi todo, sin importar de qué se trate. J tiene menos frases que los Pérez García.

4.7.13

Diego sigue tirando paredes en Nápoles


En Nápoles, cuando se dan cuenta que sos argentino, te abrazan, te tienden la alfombra roja. Días atrás, mientras compraba una cerveza en la Via dei Tribunali, un gordo me preguntó: "¿Argentino?"; y se llevó la mano a su corazón. El recuerdo de Maradona sigue intacto en la memoria de los napolitanos y la imagen del Diego se repite en las paredes de una ciudad que jamás olvidará a su ídolo futbolero.



Otro argentino que dejó su huella –salvando las obvias distancias- es Ezequiel Lavezzi. En las plazas, se puede ver a algunos niños napolitanos jugando a la pelota con la casaca del “Pocho”, ahora en el PSG. Pero el hombre del momento es Edinson Cavani, otro que parece tener destino francés. El delantero uruguayo, goleador de la última edición de la Serie A del Calcio, también tiene su lugar en las paredes de la ciudad.

3.5.13

Un pariente de 24 metros de altura

Acabo de enterarme que en Noli -un pequeño pueblo de la región italiana de Liguria- se erige la “Torre Peluffo”. La construcción data del siglo XIII, pero su estado actual es bueno, ya que ha sido restaurada tanto en su interior como en su aspecto externo. Ojalá algún día pueda visitar a mi querido pariente de 24 metros de altura…




Gracias a Esperanza Corredor por el dato.

Fotos: Esperanza Corredor y www.mondimedievali.net

5.4.13

Un día en "El Paraíso" (terrenal)



De Adán y Eva, ni noticias. Del árbol prohibido, tampoco. Apenas un hombre que limpia su camión, unos muchachos que juegan al fútbol en la canchita lindera a la capilla, un chico que lleva su caballo al otro lado de las vías y un largo tren de carga que no para en la vieja estación. "El Paraíso" existe. Y está a 190 kilómetros de Buenos Aires.






"El Paraíso" (partido de Ramallo, provincia de Buenos Aires)

4.4.13

Pearl Jam, el barro, "Lo de Charly" y el recuerdo

Parten desde el mismo lugar, pero se encuentran recién a los 12 kilómetros, dos horas después. Se miran los pies y –aunque no se han visto nunca- se reconocen de inmediato. La parejita de la mesa de afuera. Los dos amigos que esperan sentados su pedido para llevar. Los novios espigados que abren la puerta después de haber calmado ese apetito voraz que suele asaltar a cualquiera después de un recital. Y él, claro. Los unen el amor por Pearl Jam, las zapatillas cubiertas por una gruesa capa de barro y el afán por comerse un buen chori o un sándwich de bondiola o lo que sea que salga de esa siempre activa parrilla de “Lo de Charly”, parada obligada de los hambrientos que pasan por Villa Ortúzar. No necesitan hablar. Una mirada, quizás un leve gesto, una sonrisa. Y el recuerdo, claro.

 Oh, dear dad / can you see me now / I am myself / like you somehow…


"Release" (Costanera Sur, 03/04/2013)

7.3.13

Villa Epecuén, el pueblo que estuvo años bajo el agua



El viejo Matadero en ruinas, los árboles desnudos de hojas y corteza, las casas de paredes blancas, las casas sin paredes ni techo ni ventanas ni nada. Villa Epecuén es hoy un pueblo fantasma. Allí, las calles se funden con el lago homónimo, aquel que hace 28 años sepultó a la ciudad bajo sus aguas salobres. Allí, tan sólo se escucha el zumbido de las nubes de insectos que pululan en la orilla. Allí, los únicos que parecen ajenos a las circunstancias son los toboganes que daban a las viejas piletas.

En 1985, tras un período de intensas lluvias, un terraplén cedió y las aguas del Lago Epecuén cubrieron aquella villa turística que se había erigido a pocos kilómetros de Carhué. El pueblo estuvo años sumergido bajo aquel manto acuoso cuya salinidad sólo es superada por el Mar Muerto. Con el tiempo, el nivel del lago fue retrocediendo lentamente y ahora la ciudad emerge de su tumba salobre. 









18.1.13

El Chancho y la Sube

Pensé que se habían extinguido, pero no. Viajaba en el 107 cuando divisé a uno subiendo por la puerta de adelante. Cincuentón, medio pelado, de panza prominente, prolijamente enfundado en su tándem reglamentario camisa-corbata a pesar del sofocante calor. Un inspector. Un Chancho. Uno de aquellos otrora temidos controladores de boletos que por estos días deben conformarse con pedirle a los pasajeros que le muestren sus tarjetas Sube. Qué humillación.

Al grito de “A ver sus tarjetas”, el Chancho dio comienzo a su labor. No hubo caras de terror. Tampoco aquella clásica y nerviosa búsqueda del pedazo de papel en algún bolsillo o en la mochila o en la cartera o en el piso. Nada de eso. Uno a uno, los viajantes fueron sacando sus plásticos de color violeta para mostrárselos al barrigón inspector, que con sólo posar sus ojos en la Sube daba por pagado el viaje.

“Yo no saqué”, escuché que le decía una chica a otra en tono cómplice. Mientras tanto, yo hurgaba en el fondo de mi bolsillo en busca del boleto de $3,25 (no tengo el bendito plástico). Cuando el Chancho llegó a nuestra posición, saqué el pedazo de papel y él lo marcó con una birome roja (¡¿y el perforador?!). La jovencita mostró impávida su tarjeta Sube y hasta se jactó de haberle pagado a sus amigos que viajaban en el asiento del fondo. El Chancho asintió sin más. No hubo preguntas. No hubo dudas. Ni siquiera una mirada seria o una mueca amenazante. Chanchos eran los de antes.