Yo estuve aquella noche del “Puuuummm!” y del “Zzzuuuhhhh!”.
Tenía 17 años, estaba por terminar la escuela secundaria y ya era un enfermo de
River. Habíamos ido al Monumental con “Nacho” y “Larva”, que nos había
ofrecido un trueque muy tentador: repartir volantes para un candidato adentro
del estadio a cambio de no pagar la entrada. Se venían las elecciones en el
club y eran tiempos de campaña. Creo que fue la única vez que entré gratis a la
cancha. En aquel entonces la política de River me importaba poco y nada; sólo quería ver jugar al “Millo”, disfrutar
con su buen fútbol, gritar los goles del equipo, festejar los campeonatos. Y en
eso andaba veinte años atrás, aquel viernes 19 de noviembre de 1993. Con un manojo de volantes en
la mano y un par de ojos clavados en el verde césped del Monumental, donde el
River de Passarella y el Lanús de Miguel Angel Russo empataban cero a cero
promediando el segundo tiempo. Hasta ahí, lo más emocionante había sido un escupitajo
de “Nacho” que había impactado -sin querer- en la humanidad de un hincha que
justo pasaba por delante nuestro. El damnificado nos miró enfurecido y enseguida
imaginé lo peor: batahola en plena tribuna, golpes volando por los aires y el
regreso a casa con un ojo hinchado (en el mejor de los casos). Sin embargo, un
rápido pedido de disculpas pareció conformar a la víctima del salivazo y yo
respiré aliviado.
En la cancha no pasaba demasiado. River no encontraba los
caminos para doblegar el arco de Ojeda, pero Passarella seguía sin tocar el
banco de suplentes, donde junto al “Flaco” Saccone y a “Richard” Altamirano,
habitaban algunos nombres que luego serían ilustres –el “Pelado” Almeyda y el
“Muñeco” Gallardo- y otros que pasarían francamente desapercibidos para el
hincha millonario, como el “Polaco” Daniel Dobrik. El partido seguía cero a
cero, pero en cuatro minutos todo iba a cambiar.
A los 22 del complemento,
Ramón Ismael Medina Bello calzó de volea un córner desde la derecha y la pelota
se incrustó contra la red. Fue el “Puuuummm!”. A los 26, el “Mencho” de
Gualeguay metió un cabezazo que dibujó una preciosa parábola y puso el 2-0 que
sería definitivo en aquella noche del Monumental. Fue el “Zzuuuhhhh!”. River
quedaba primero con 16 puntos, seguido por el “Granate” y Vélez, ambos con 14. Un
par de días después, “La Academia” y “El Fortín” protagonizarían otro de los
partidos destacados de la jornada: victoria 2-0 del equipo de Avellaneda en
Liniers con aquella increíble chilena del “Lagarto” Fleita que dejó inerte a
Chilavert y sentenció el encuentro.
Al término de la fecha, extasiado por los goles del “Mencho”
y el triunfo de River, corrí a comprar El
Gráfico, que en su tapa mostraba al goleador entrerriano abrazado por sus
compañeros y titulaba: “River se juega al título”. En un recuadrito, a la
izquierda, el “Flaco” Menotti posaba mostrando la camiseta del clásico rival.
“Boca se juega a Menotti”, decía la revista. Y arriba de todo otro título daba
cuenta de la reciente y angustiosa clasificación a Estados Unidos ’94: “Vamos
al Mundial, ahora hay que armar la Selección”. Sin dudas, una edición con
varios temas fuertes. Para mí, sin embargo, siempre será lisa y llanamente El Gráfico del “Puuuummm!” y del
“Zzzuuuhhhh!”, tales las onomatopeyas que usó el periodista que escribió la crónica sobre aquel triunfo “Millonario”.
En la nota, se evocan otras jornadas de gloria del
“Mencho”. Se mencionan los dos goles a Newell’s en julio de 1992 para meterse en la
Copa Libertadores, el taquito contra Perú jugando para la Selección por
Eliminatorias en el Monumental, un cabezazo contra Paraguay y finalmente uno
que se destaca claramente sobre el resto: aquella obra maestra que dibujó ante
Estudiantes de La Plata el 13 de mayo de 1990 y que ayudó a darle un campeonato
a River. “El mejor de mi vida”, dijo alguna vez el Mencho. Caño a un Trotta que
pasa de largo como bondi lleno, el “Ruso” Prátola que tampoco puede, el arquero
Battaglia que queda pagando (pelota por un lado y jugador por otro) y toque a
la red ante el cierre desesperado de Craviotto. El mejor, sin dudas. Cuando me
acuerdo del “Mencho” me vienen a la mente dos cosas: aquella noche de sus dos golazos a Lanús y –sobre todo- aquella
apilada fantástica contra el Pincha
que provocó el delirio de miles de hinchas de River.
Este año pude ver al querido “Mencho” nuevamente jugando al
fútbol en el Monumental. Fue en la despedida del “Burrito” Ortega, el último
gran ídolo del “Millo”. Aquel entrerriano que de chiquito cazaba nutrias y de
grande aprendió a cazar goles, tiene ahora 47 años, algunos (cuantos) kilitos de
más y menos potencia que antes. No hubo “Puuuummm!” ni “Zzzuuuhhhh!” en aquella tarde-noche de Nuñez, pero su sola presencia me llenó
de alegría.
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