Hace un tiempo, un amigo que es originario del interior del país (¿y cuál es el exterior?), me manifestó su incredulidad ante una práctica muy común que veía repetirse en los porteños: su inexplicable afán de participar en largas filas. Para pedir la comida, realizar trámites bancarios, sacar una tarjeta de subte, un boleto de tren, una entrada para el cine, para comprar en el supermercado, tomar un acensor, entrar a un boliche y hasta ir al baño. Nos pasamos haciendo “colas” (por favor, obviar los chistes fáciles), alineando nuestro cuerpo detrás de otros, a veces dispuestos a esperar lo que sea con tal de cumplir nuestro objetivo. Según la teoría de mi amigo, hay cierto goce en esta actividad, una especie de fanatismo por la espera. Tal vez se trate de una exageración, pero es seguro que las filas se han convertido en situaciones importantes en nuestra vida urbana, nuevos lugares de encuentro y socialización con los otros.
Muchas veces, haciendo una fila, la gente participa de discusiones y peleas por un lugar que hasta pueden llegar a incluir empujones y golpes de puño, pero en general reina la solidaridad y, en algunas ocasiones, hasta nace el amor (como Charola y Ber, en la cola del último censo de la facultad). Y es que aquellos que participan en una fila suelen experimentar una extraña comunión, como si tener que compartir la desgracia de una tediosa espera, generara una pasajera identificación y la posibilidad de tender un puente hacia el otro.
La conversación puede surgir en cualquier instante, a raíz de un comentario cualquiera como “me cuidás el lugar?”, “parece que se les cayó el sistema otra vez”, “vio qué caros están los tomates”, “…uy, qué lenta es esta chica!”, “es la quinta vez que vengo” y tantos otros. Frases de lo más triviales todas ellas, pero que pueden dar inicio a diálogos más duraderos que a veces pueden trascender los límites de las hileras cotidianas y forjar relaciones más profundas.
Por supuesto, también están aquellos que no quieren saber nada con eso de andar intercambiando palabras con desconocidos. Son los que, cuando se les hace algún comentario, esbozan una sonrisa falsa, dicen a todo que “sí”, suspiran algún “qué va’ ser”, o directamente miran hacia otro lado impacientemente.
Pero no hay dudas que las filas pueden ser consideradas casi como nuevas “instituciones”, grupos de pertenencia pasajeros, situaciones sociales cotidianas donde la gente se identifica e interactúa con sus pares.
Los que quieran saber más, que hagan fila…
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