17.12.12

Los platos rotos


Los platos de la abuela Nélida ya tienen 36 años. Y cada vez quedan menos. 

8.12.12

Oscar


El miércoles pasado murió Oscar Niemeyer, el gran arquitecto brasileño que estaba a sólo diez días de celebrar los 105 años (nació el 15 de diciembre de 1907). En 2008, cuando este verdadero genio tenía 101 recién cumplidos, escribí este post: "Niemeyer, el poeta del hormigón armado".

15.11.12

"Merece" y otras humanidades

En Uruguay, cuando uno da las gracias, no recibe un simple "de nada". Del otro lado, casi siempre responden con un "merece". Como si hubiésemos hecho mérito. Como si nos dieran un premio.

Margarita acusa problemas de memoria y vive una vida de placeres en su rancho de Trinidad. Come y duerme. Come y duerme. Cuando termina el plato, se olvida de que ya comió y entonces pide que le vuelvan a servir. ¿Se olvida?

La noche avanza y, en un momento, la cabeza de D empieza a caer. En una reunión, una cena, un asado, un cumpleaños, lo que sea. No importa. Meta cabezazo, él lucha para no quedarse dormido, pero es en vano: el sueño siempre gana. Viene de familia.

R puede pasar horas imaginando los goles que hará el domingo. De cabeza, de afuera del área, de apilada monumental, hasta de chilena. Sin embargo, el domingo bastan 90 minutos para caer en la dura realidad. Sí, R es el "goleador de los sueños".

El bondi frena de golpe y ella, que viaja en el medio del pasillo, se agarra como puede…, del mango del limpiavidrios de otro pasajero.

Para dormir, a J le gusta usar remeras de Massacre. Y eso que nunca escuchó a la banda del gordo Walas y compañía. Seguro es por mi culpa.

29.10.12

2.10.12

Tiro libre, directo al pasado

“¡¿Señor, señor, me alcanza la pelota?!” El grito de los chicos al otro lado de la reja me despertó de mis cavilaciones. Comencé a mirar para todos lados, pero no lograba distinguir el esférico. “¡Ahí, señor, ahí, la naranja…!”. Pegada al cordón de la vereda, casi debajo de un auto, pude verla. Puse la suela de mi zapatilla encima de aquella pelota anaranjada, la separé un poco del cordón y le metí un derechazo que superó la “barrera” del colegio y la depositó en el medio del patio. Casi como si fuera un centro a la cabeza de aquellos chicos… Aquellos chicos que rápidamente se olvidaron de mí y volvieron a la acción.

Cuántas veces me había subido a una reja similar…, pidiendo a los eventuales transeúntes por algún esférico que había salido demasiado alto en el medio de un partido chivo en pleno recreo… Una pelotita de tenis, una de gomaespuma azul, una Pulpo bastante saltarina y hasta algún improvisado manojo de papel rodeado por varias vueltas de cinta adhesiva. Algunos no daban ni bola. Apuraban el paso y seguían su camino sin despegar la vista del frente. Otros pensaban que se trataba de una broma y que no había pelota alguna (a veces, tenían razón…). Y, por supuesto, también estaban aquellos que entendían de la imperiosa necesidad de seguir jugando, de aquella sangre que hervía por meter el gol de la victoria antes de que sonara el timbre. El juego seguía inmediatamente en el lugar donde caía la pelota. Apenas había tiempo para un “gracias” tirado a coro entre todos.

Pasaron mucho años ya de aquellos picados (bueno, tampoco tantos...). Ahora estoy del otro lado de la reja y soy yo el que devuelve la redonda al grito de “¡señor-señor!” (qué viejo estoy…). Y entonces debo conformarme con ese pelotazo que cruza la calle y supera el muro de la escuela. Ese pelotazo que reinicia un partido que ya no juego. Ese pelotazo que hace volar mi memoria. Tiro libre, directo al pasado.

12.7.12

Los colegiales y el frío

Siempre los veía pasar. Reían, bromeaban, se lanzaban frases y miradas después de un día de clases. "Acá hay amor", pensaba cada vez que los veía caminar lado a lado por Ciudad de la Paz con sus uniformes escolares y sus caras todavía con vestigios de acné.  Él, jugando a hacerla enojar. Ella, ensayando su más dulce reprobación. 

Ayer los vi pasar de nuevo, pero esta vez iban abrazados. Como si el frío los hubiese unido. Bromeando, riendo, tiritando un poco. Ellos, los colegiales. Con los ojos encendidos.

27.6.12

Acogedora casita con vista al Río de la Plata


ALQUILA. 1 ambiente. Excelente ubicación. A metros de Aeroparque. Sin expensas. Poca luz. Mucha agua. Ideal para solitarios.

13.6.12

La mujer que lloraba dormida

Como tantos otros que viajaban sentados en aquel vagón del subte, ella tenía los ojos cerrados. A un lado, un oficinista leía la sección deportiva del Clarín. Al otro, un estudiante de Medicina revisaba minuciosamente un apunte con dibujos de huesos, músculos y articulaciones. Pero aquella mujer que andaba por los cincuenta permanecía inmutable. Con la cabeza levemente inclinada, ofrecía su cabellera cobriza (y unas cuantas raíces canosas) a la vista de los demás viajantes. Parecía profundamente dormida, al igual que tantísimos pasajeros que a esa hora todavía andan haciendo equilibrio entre el sueño y la vigilia.

De pronto, una lágrima brotó de uno de sus ojos. Y a ésta le siguió otra. Y otra más, deslizándose por su mejilla hasta alcanzar la comisura de sus labios. Sus ojos permanecían cerrados, pero adentro alguien había abierto el grifo de la tristeza, convirtiéndolos súbitamente en un silencioso manantial. Sin embargo, en su rostro no había expresión alguna. Recién cerca de la estación Catedral, sus manos se propusieron limpiar aquel imprevisto humedal. Finalmente, sus ojos se abrieron y un par de pañuelos aparecieron para terminar de borrar cualquier evidencia de aquella desazón subterránea. Era hora de entrar al trabajo. Tiempo de barrer la tristeza debajo de la alfombra. De sus párpados.

11.4.12

Al agua Pacman

No había fantasmitas a la vista. Ni algún monstruo de la laguna. Pero los Pacman, desesperados, nadaban hacia la costa. Unos sobre otros. Casi comiéndose entre ellos. Temerosos del game over.

Santa Teresa, Uruguay

23.2.12

Tropicampo

Dos vacas (y media) a la sombra de una palmera.

Santa Teresa, Uruguay

3.1.12

Secreto a voces

A confía a muerte en B. Por eso, le cuenta algo y le pide que no se lo diga a nadie. Pero B confía a muerte en C. Por eso, le cuenta el secreto de A y le pide que no se lo diga a nadie. Sin embargo, C confía a muerte en D. Por eso, le cuenta el secreto de A que B le contó y le pide que no se lo diga a nadie.

A confía a muerte en B, que confía a muerte en C, que confía a muerte en D. Todos confían a muerte en alguien. Y así, a voces, el secreto se muere.