29.6.09

Cuando uno sabe en sueños que sueña

“Cuando uno sabe en sueños que sueña, está a punto de despertarse. Yo me despertaré enseguida. Quizás este fuego no es otra cosa que el primer rayo de sol del amanecer de otra realidad que se cuela debajo de mis párpados cerrados”.

El espejo en el espejo, Michael Ende.

Sueños. Algunos nos asaltan de noche y con los ojos cerrados. Otros, los elaboramos y saboreamos a plena luz del día. A veces nos abandonan, pero también somos nosotros quienes solemos renunciar a ellos o -al menos- postergarlos. A veces son tan placenteros que nos gustaría que no terminen nunca. A veces llegamos a concretarlos.

Después de ver Revolutionary Road, la película de Sam Mendes que acá se llamó Sólo un sueño, recordé aquellas líneas de Michael Ende y también una extraña capacidad que he tenido de tanto en tanto: cuando me encuentro inmerso en un pasaje onírico que no me gusta, puedo interrumpirlo. Es decir, me concentro y hago todo lo posible para que mis ojos se abran. Ellos, obedientes, lo hacen. Y fin del sueño.

Durante la vigilia, por cierto, las cosas son distintas. No hay dudas: con los ojos abiertos, es mucho más difícil dejar de soñar.

23.6.09

Fuerza tranquila

Siempre, desde que era muy chico, me dijeron que me parecía a mi viejo. Estaba bastante claro: yo había salido al Negro, mientras que mi hermano mayor, Marcos, tenía rasgos más parecidos a los de mi mamá, Laura. Pero, sin dudas, la definición que más me impactó sobre el parecido entre padre e hijo fue la que escuché hace algo más de dos años de boca de mi padrino Francois aquella fría tarde en la terminal de trenes de Zaragoza.

Hacía treinta años que mi padrino y yo no nos veíamos. Francois se fue del país en el ’77, cuando quien escribe apenas tenía un año. Desde entonces, jamás nos habíamos vuelto a encontrar. Hasta aquella tarde en la terminal Delicias, claro. Nos habíamos mandado fotos por correo electrónico, así que no costó mucho reconocernos. Sin dudas, le habrá sorprendido igual mi profusa barba, mi metro ochenta y un rostro para nada angelical, muy lejano al de un inocente bebé. Cruzamos unas pocas palabras de rigor (el viaje, el clima), bajamos al estacionamiento y él fue a pagar la estadía. Apenas entramos al auto, me dijo: “Seguís teniendo la misma mirada, esa que tenía tu padre. Fuerza tranquila, tu mirada transmite una fuerza tranquila”.

La frase me produjo una gran conmoción y me quedé pensando en ello un largo rato. Cuando llegué a Buenos Aires, me dediqué a terminar de leer Conversaciones con Kafka, un libro que había llevado para aquel viaje y que contiene los intercambios de Gustav Janouch -el autor- con el gran escritor praguense. En una de sus últimas páginas, el “Doctor” Kafka, como lo llama Janouch, decía algo que me hizo recordar las palabras de mi padrino: “La calma es la expresión de la fuerza, aunque también podamos obtener fuerza a través de la calma. Es la ley de la polaridad. […] Quedarnos inmóviles y calmados nos hace libres…, incluso momentos antes de la ejecución”.

17.6.09

Los martes, de principio a fin

Los martes todo vuelve a empezar. La cama que no suelta. El Nesquik y las dos tostadas. La ropa colgada. La caminata musical por Tronador. El subte lleno de gente que conozco y no. Las bandas en Avenida de Mayo y Perú. Publicar, publicar, publicar. Siete mil revoluciones por minuto. Mate y medialunas con los compañeros. Sonrisas. Las pulsaciones que bajan por una Florida desierta. Algún encuentro, quizás. Algún desencuentro, puede ser.

Los martes todo vuelve a empezar. Pero, también, todo termina.

15.6.09

El arte puede ser el mejor remedio

El altruista farmacéutico que era pintor de ratos libres se llama Carlos y ahora es un artista de tiempo completo. A su salud.