Cuando camina por la calle, a Laura le encanta subir y bajar a los pequeños muros que rodean los canteros de los árboles. Eso le recuerda a su infancia, cuando hacía lo mismo pero de la mano de su abuelo.
El Negro desconfía de la gente que lleva la credencial del trabajo atada a la cintura y aquellos que ponen frases demasiado pretenciosas en el “nick”del msn.
María guarda los mensajes de texto donde la gente que quiere le profesa su amor. Cuando la sorprende la tristeza, va en busca de su antídoto y lee nuevamente esas palabras atesoradas en su teléfono celular.
A Diego no le caen bien los vendedores que cuando uno dice “¿Te puedo hacer una pregunta?”, responden falsa y mecánicamente “Sí, dos”.
Cuando la hermana de Magdalena estuvo en Egipto, la cambió por un camello a pesar que ella se había quedado en Buenos Aires. Ahora, teme que uno de esos animales aparezca un día bajando por la calle Juramento y un descendiente de los faraones venga a reclamar lo que es de su propiedad.
Nicolás prometió que cada vez que no se animara a hablar con una mujer que le gusta, iba a correr diez vueltas alrededor de una cancha de fútbol. A esta altura, ya debería ser todo un maratonista…
Perla, una jubilada que desanda sus días frente al televisor, confiesa que el canal que más mira es el de la cámara de seguridad ubicada en el hall de su edificio. Desde allí, puede seguir el cotidiano ir y venir de sus vecinos.
Cuando tropiezan y caen en plena calle ante la mirada del resto, casi todos los habitantes de la ciudad se levantan rápidamente como si nada hubiera pasado. Dolor, sangre y moretones quedan eclipsados por el súbito ridículo que se siente.
El Negro desconfía de la gente que lleva la credencial del trabajo atada a la cintura y aquellos que ponen frases demasiado pretenciosas en el “nick”del msn.
María guarda los mensajes de texto donde la gente que quiere le profesa su amor. Cuando la sorprende la tristeza, va en busca de su antídoto y lee nuevamente esas palabras atesoradas en su teléfono celular.
A Diego no le caen bien los vendedores que cuando uno dice “¿Te puedo hacer una pregunta?”, responden falsa y mecánicamente “Sí, dos”.
Cuando la hermana de Magdalena estuvo en Egipto, la cambió por un camello a pesar que ella se había quedado en Buenos Aires. Ahora, teme que uno de esos animales aparezca un día bajando por la calle Juramento y un descendiente de los faraones venga a reclamar lo que es de su propiedad.
Nicolás prometió que cada vez que no se animara a hablar con una mujer que le gusta, iba a correr diez vueltas alrededor de una cancha de fútbol. A esta altura, ya debería ser todo un maratonista…
Perla, una jubilada que desanda sus días frente al televisor, confiesa que el canal que más mira es el de la cámara de seguridad ubicada en el hall de su edificio. Desde allí, puede seguir el cotidiano ir y venir de sus vecinos.
Cuando tropiezan y caen en plena calle ante la mirada del resto, casi todos los habitantes de la ciudad se levantan rápidamente como si nada hubiera pasado. Dolor, sangre y moretones quedan eclipsados por el súbito ridículo que se siente.
2 comentarios:
Si veo algún egipcio yo, por las dudas, empiezo a correr para el otro lado...
Que memoria Peluffo.
yyyy! que gueno. verme ahi me asusta, pero que bien q lo hayan posteado!
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