Me levanto medio dormido
y enfilo para el baño, pero en el pasillo tropiezo con una escena que desafía
mi entendimiento. Una perra acostada… ¿en el piso o en la pared? De repente,
las leyes del mundo parecen subvertirse y me siento como atrapado adentro de un
cuadro de Escher. La perra no es otra que Nea, la ovejera belga que nos acompaña
desde enero. Y Escher no es otro que Maurits Cornelis Escher, un artista
holandés que siempre me rompió la cabeza con sus grabados de figuras imposibles
y mundos imaginarios. Su obra me impresionó desde que era chico: mi viejo -que
era arquitecto- tenía un par de cuadros
con reproducciones suyas. Una era “Relatividad”, una litografía de 1953 que
muestra a varias figuras humanas subiendo y bajando escaleras en medio de
paredes que a la vez son pisos y pisos que a la vez son paredes. Me encantaba quedarme mirando
esa imagen, mientras trataba de desentrañar cómo había hecho el artista para idear
y dibujar tan perfectamente aquel espacio paradojal.
Paradojal también es Nea, esa perra que duerme con sus patas apoyadas contra
la pared. Esa ovejera belga que -al menos por un rato- “da vuelta la casa” y me
transporta a los mundos imposibles de Escher.
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