10.7.06

Transformaciones

Título del cuadro: "Desdoblados" / Autora: Laura Zaffore
Las ciudades cambian. También su gente. A grandes velocidades, se modifican las construcciones, el mobiliario urbano, los trabajos, las vestimentas, el lenguaje, las costumbres, la cultura toda.
Ayer pasé frente a la que debe ser la última pista de patinaje sobre hielo de Buenos Aires, la que está frente al túnel de Carranza. Recuerdo aquella época de tremendos golpazos, pies dolorosos y rojas ampollas, cuando era común que algún compañero de la escuela festejara su cumpleaños sobre la fría y deslizante superficie. Queriendo impresionar a las chicas, soñando con patinar de la mano de alguna bella compañerita, como en esas películas norteamericanas donde el romance comienza en una solitaria pista de hielo.
También se están extinguiendo los teléfonos públicos. Se trata, en realidad, de un fratricidio. Los teléfonos celulares están matando a sus hermanos mayores. Aún permanecen en sus lugares de siempre, pero su aspecto moribundo de opaca dejadez crece al ritmo del consumo de los móviles y la proliferación de los locutorios, muchos de los cuales incluyen Internet. Los más pobres ya ni se acercan para revisar si alguna moneda ha quedado olvidada en las entrañas de estos viejos señores de las comunicaciones que se secan un poco más cada día.
Otros se han adaptado a estos tiempos de “más es mejor”. Los kioscos se hicieron maxi; los mercados, súper y hasta híper; los gimnasios, mega. Las grandes cadenas no sólo coparon el rubro alimenticio, también inundaron el mercado de los discos, libros, películas y hasta medicamentos, aunque las “ciudades – farmacia” vendan mucho más que artículos destinados a presevar la salud. El “videoclub” todavía existe, aunque muchos hemos olvidado esa palabra y la hemos reemplazado por el término extranjero “blockbuster”, que suele utilizarse para designar grandes superproducciones y éxitos de taquilla (aunque durante la Segunda Guerra se denominaba así a las bombas capaces de destruir manzanas enteras).
Claro, la palabra también ha sufrido sus transformaciones. Se trata de cambios sutiles, pequeñas modificaciones diarias que se nos pasan por alto y rápidamente llegamos a naturalizar. Esto es lo que las hace especialmente poderosas. Por ejemplo, las diferentes maneras de designar lo bueno. Cuando tenía trece, si consideraba algo especialmente positivo, decía que estaba “re copado”; aproximadamente a los dieciocho, inmerso en un extraño interés por la física, empecé a decir que era “una masa”; y a los veinticinco reemplacé la expresión por un “está re grosso”. Pero los pibes ahora se fueron para arriba, así que cuando algo les gusta mucho, prefieren referirse a una “alta” fiesta, película, mina, banda o lo que sea.
Cambiaron, obviamente, los autos que circulan (¿dónde están los Peugeot 505 o las cupé Fuego, otrora vehículos de lujo?), los colectivos (cada vez quedan menos Mercedes 1114) y hace poco se inauguraron los primeros trenes de dos pisos, aunque la mayor parte de los transportes ferroviarios siguen cayéndose a pedazos. Los subtes no cambiaron tanto, a pesar que últimamente se hayan agregado un par de estaciones. Increíblemente, siguen funcionando algunas formaciones de madera en la línea A, esas cuya estructura se mueve como una casita hecha con naipes españoles.
Nacieron barrios enteros, se sofisticaron otros gracias a la inventiva de algún genio inmobiliario, mientras otros se siguen dejando en el olvido o se continúa pensando eliminar. La Avenida 9 de julio cambió de cara –y ancho- mil veces, algunas calles se cerraron por heridas que no cierran, otras cambiaron de sentido y algunas hasta de nombre, ya sea formal o informalmente. Pero de esto último ya hemos hablado, así como del glorioso Italpark o la invasión de rejas que cada vez nos encierran más. Además, el asfalto le gana todos los días partidas al empedrado, la expendedora automática de boletos ya reemplazó al brazo derecho del colectivero y hemos asistido a una notoria pérdida de popularidad de los barriletes, las calesitas, los cassettes, los afiladores (y sus simpáticos silbatos), los vendedores de pirulines, los zapateros, los skaters, los buzones y hasta los médicos de cabecera.
En el campo de la moda, los jopos dejaron lugar a los desmechados, el pelo largo al parado con gel y claritos, los jeans ajustados y hasta elastizados a los “cintura baja” holgados o directamente “cagados”, las botas tejanas y los náuticos conchetos a los más variados y pintorescos modelos de zapatillas, las camisas polo a las remeras con inscripciones futbolísticas en italiano, y afortunadamente avanzamos hacia la erradicación de los cinturones con las iniciales del portador.
Por eso, aunque creamos que todos los días son iguales, que ya conocemos cada rincón de la ciudad y los hábitos de su gente, estos no dejan de cambiar. Tal vez hayamos perdido la capacidad de sorpresa, pero todo a nuestro lado está en movimiento, envuelto en un incesante dinamismo que cotidianamente le hace una burla a nuestra velada percepción.

1 comentario:

Diego Peluffo dijo...

Es increíble lo rápido que pasamos a otra cosa, la tremenda velocidad con la que adoptamos nuevas prácticas.
¿Quién se acuerda, por ejemplo, de los cospeles para viajar en subte?