17.10.07

"Caso porteros": era una conspiración nomás

Hace poco, escribí sobre los porteros. En esa ocasión, dije que eran personajes de temer, seres que configuraban una siniestra red de espionaje de la que había que defenderse. Grandes tráficantes de información, siempre dispuestos a poner sus conocimientos al servicio de los fines más macabros.
Pocos días después de subir mi texto a este blog, pude comprobar que aquella tesis esbozada no tan alegremente tenía correlato en una obra de la literatura nacional. Se trata de "La conspiración de los porteros", de Ricardo Colautti, un escritor ignoto que falleció en 1992, pero del que se acaba de editar una compilación de sus únicas tres breves novelas, una de las cuales da el título al libro en cuestión.
En "La conspiración de los porteros", novela corta o cuento largo que Colautti escribió en el significativo año de 1976, el autor narra la experiencia de Sebastián Dun (el personaje principal) con Don Juan, un temible encargado de edificio capaz de cualquier cosa con tal de mantener su poder. Un tipo que dirige a sus pares de la zona y, entre sus máximos logros, llega a tirar a un incinerador a una prostituta y amasijar a un escribano que le hacía la vida imposible. Ah, además, ha ideado un plan para poner sendas bombas en la Casa Rosada y el Registro de la Propiedad. Acá van algunos párrafos:
"[...] Por lo menos una vez por semana había reunión de porteros. Iban con sus uniformes de gala." Y dice Juan, el portero: "[...] Así formamos los jefes de manzana y jefes de barrio. Vos podrás reconocerlos porque los jefes de manzana tienen anteojos de oro y los jefes de barrio un diente de oro adelante. Ahora me trato sólo con los jefes de barrio y sólo muy rara vez con los jefes de manzana".
[...] Fui a la portería. Alrededor de la mesa estaban sentados cinco o seis hombres, el más viejo ocupaba la cabecera, todos llevaban uniforme, gorra con visera y anteojos con marco de oro, tenían dos llaves doradas bordadas en la solapa y sus dientes eran todos de oro. Cuando yo entré el más viejo me miró de reojo, pero no dijo nada. Vi esa reunión de hombres, de porteros uniformados de violeta con sus anteojos de oro, sus dientes de oro y ese aire de misteriosa confabulación que flotaba sobre ellos [...] Uno de los porteros sacó de una caja de madera dos relojes del tipo despertador y los puso sobre la mesa. El portero más viejo los tomó y mientras se los pasaba a Juan dijo: 'Uno lo vas a dejar en el Registro de la Propiedad y otro en la Casa de Gobierno'. Hablaba el viejo con acento extranjero, duro, y continuó diciendo: 'Esta vez no nos dejaremos quitar el poder. ¿O qué ganamos en Petrogrado? Trotsky dijo: Gracias porteros de Petrogrado y nada más, ése fue el único premio que nos dieron por los secuestros, la toma de edificios, los informes, la agitación, los grandes estragos...'".
"[...] Juan vino a buscarme muchas veces e hicimos con él distintos operativos. Lo acompañaba a limpiar la vereda y él se comunicaba desde ahí con los otros colegas, charlaban mientras le daban duro al trapo y la manguera, se contaban las cuitas de los edificios, salían todos juntos al amanecer y chusmeaban. Eso lo he visto. Salen a las veredas como hormigas... ¿Y cuando acompañé a Juan a la azotea? ¿Fue eso fantasía? Subió el grandote con un avioncito de juguete; en las alas del avión, en unas cajitas de madera terciada había puesto unas tarjetas. Las tarjetas decían: 'Barreremos la propiedad privada' y dos escobas cruzaban la frase. Enrolló con el dedo la goma de la hélice. Tiró el avión hacia el sol en un amanecer. El avioncito cobró altura y cuando bajó cayeron las tarjetas sobre la ciudad balancéandose suavemente."

1 comentario:

Anónimo dijo...

INFELICES, ESE GIL ME AFANÓ LA IDEA!!!! EN ESTE MUNDO SOLO EXISTEN LADRONES INFELICES COO USTEDES.PUDRANSE EN EL MALDITO INFIERNO RATAS DESPRECIABLES!!!!!!