Siempre, desde que era muy chico, me dijeron que me parecía a mi viejo. Estaba bastante claro: yo había salido al Negro, mientras que mi hermano mayor, Marcos, tenía rasgos más parecidos a los de mi mamá, Laura. Pero, sin dudas, la definición que más me impactó sobre el parecido entre padre e hijo fue la que escuché hace algo más de dos años de boca de mi padrino Francois aquella fría tarde en la terminal de trenes de Zaragoza.
Hacía treinta años que mi padrino y yo no nos veíamos. Francois se fue del país en el ’77, cuando quien escribe apenas tenía un año. Desde entonces, jamás nos habíamos vuelto a encontrar. Hasta aquella tarde en la terminal Delicias, claro. Nos habíamos mandado fotos por correo electrónico, así que no costó mucho reconocernos. Sin dudas, le habrá sorprendido igual mi profusa barba, mi metro ochenta y un rostro para nada angelical, muy lejano al de un inocente bebé. Cruzamos unas pocas palabras de rigor (el viaje, el clima), bajamos al estacionamiento y él fue a pagar la estadía. Apenas entramos al auto, me dijo: “Seguís teniendo la misma mirada, esa que tenía tu padre. Fuerza tranquila, tu mirada transmite una fuerza tranquila”.
Hacía treinta años que mi padrino y yo no nos veíamos. Francois se fue del país en el ’77, cuando quien escribe apenas tenía un año. Desde entonces, jamás nos habíamos vuelto a encontrar. Hasta aquella tarde en la terminal Delicias, claro. Nos habíamos mandado fotos por correo electrónico, así que no costó mucho reconocernos. Sin dudas, le habrá sorprendido igual mi profusa barba, mi metro ochenta y un rostro para nada angelical, muy lejano al de un inocente bebé. Cruzamos unas pocas palabras de rigor (el viaje, el clima), bajamos al estacionamiento y él fue a pagar la estadía. Apenas entramos al auto, me dijo: “Seguís teniendo la misma mirada, esa que tenía tu padre. Fuerza tranquila, tu mirada transmite una fuerza tranquila”.
La frase me produjo una gran conmoción y me quedé pensando en ello un largo rato. Cuando llegué a Buenos Aires, me dediqué a terminar de leer Conversaciones con Kafka, un libro que había llevado para aquel viaje y que contiene los intercambios de Gustav Janouch -el autor- con el gran escritor praguense. En una de sus últimas páginas, el “Doctor” Kafka, como lo llama Janouch, decía algo que me hizo recordar las palabras de mi padrino: “La calma es la expresión de la fuerza, aunque también podamos obtener fuerza a través de la calma. Es la ley de la polaridad. […] Quedarnos inmóviles y calmados nos hace libres…, incluso momentos antes de la ejecución”.
3 comentarios:
es cierto! la misma mirada calma...
Recuerdo cuando leí este escrito. Fue justo en el momento en que yo reconocía la fuerza de la sangre al descubrir que mis hijas y yo teníamos ese amor insondable por los ríos y que en los momentos inciertos nos poníamos a mirarlos para encontrar el cauce del rumbo perdido. Como les transmití eso ?, es un misterio, va mas allá de los genes.
Y eso es lo poderoso de nuestros lazos, sutiles vibraciones que van mas allá del tiempo.
flaco es cierto...
un calco de tu viejo...
abrazo grande...
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