- ¿Sabés cuántos años tengo? -le preguntó el viejito al muchacho, ya sentado en el lugar que éste le había cedido.
- No sé, me pone en un compromiso -respondió el joven.
- Dale, ¿cuántos años tengo? -repitió aquel veterano pasajero del subte, de cabellera gris y piel arrugada.
- Setenta y cinco -arriesgó, tirando un poco para abajo adrede.
- Noventa, tengo noventa.
- Ah, estás enterísimo.
- ¿Querés que te diga la fórmula para llegar a mi edad?
- A ver, ¿cuál es? -se interesó el treintañero.
- Tratar de no morir en el camino -se burló el viejito.
Y le contó que aún iba a la cancha. Que era socio vitalicio de Boca (le mostró el carnet). Que se había alegrado con la victoria en el superclásico, pero también entristecido por Carrizo. Y por sus nietos, que eran todos de River. Que su hijo era hincha xeneize como él. Y que había fallecido hace sólo dos meses. Así, de repente, se había ido, desoyendo la fórmula de su padre.
- Tratá de no morir en el camino -repitió, antes de bajarse del subte.
Y el joven prometió seguir su consejo.
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