El viejo Matadero en
ruinas, los árboles desnudos de hojas y corteza, las casas de paredes blancas, las
casas sin paredes ni techo ni ventanas ni nada. Villa Epecuén es hoy un pueblo
fantasma. Allí, las calles se funden con el lago homónimo, aquel que hace 28
años sepultó a la ciudad bajo sus aguas salobres. Allí, tan sólo se escucha el zumbido de las
nubes de insectos que pululan en la orilla. Allí, los únicos que parecen ajenos a las circunstancias son los toboganes que daban a las viejas piletas.
En 1985, tras un período
de intensas lluvias, un terraplén cedió y las aguas del Lago Epecuén cubrieron
aquella villa turística que se había erigido a pocos kilómetros de Carhué. El
pueblo estuvo años sumergido bajo aquel manto acuoso cuya salinidad sólo es superada por el Mar Muerto. Con el tiempo, el nivel del lago fue retrocediendo
lentamente y ahora la ciudad emerge de su tumba salobre.
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