1.8.08

Ataque de pánico en la línea D

De repente, algo me distrae. Una respiración que se hace más y más fuerte y que me impide seguir con la apasionada lectura de El lobo estepario. ¿De dónde viene? El jadeo aumenta su intensidad a cada momento, pero no puedo divisar su origen. Y entonces lo encuentro: en el asiento de enfrente, un muchacho de treinta y pico profiere grandes bocanadas, en un intento desesperado por meter algo de oxígeno dentro de su humanidad. Se pasa la mano por la frente una y otra vez, mientras la desesperación se le comienza a dibujar en la cara, en esos ojos que miran desorbitados. Una parejita que viaja a su lado reacciona rápidamente, tratan de calmarlo y le preguntan qué le pasa: “Es un ataque de pánico”, balbucea como puede.

Claro, es otra apasionante jornada en la línea D del subterráneo porteño. La formación, que una estación atrás ya venía disminuyendo su ritmo, está parada en Tribunales hace un par de minutos. Algunos creen que es por el muchacho (de hecho, ya se pidió la presencia de un médico), pero lo cierto es que el subte ha interrumpido su servicio y no continuará funcionando aquella noche.

Por suerte, la parejita solidaria tardoadolescente –deben rondar los 20 años- parece saber de estas cuestiones: ella saca un blister de Rivotril, corta una pastilla a la mitad y se lo da con un poco de agua que un tercero ofrece. Pura sensibilidad, la piba le dice que va a estar todo bien y hasta acaricia su cabellera para tranquilizarlo. Pero no hay caso: el muchacho en pánico no puede detener la curva descendente de su estado: “¡Me voy a morir, me muero…!”, grita una y otra vez. La policía irrumpe en el lugar y, mientras se espera la llegada de un médico, personal de Metrovías nos invita a abandonar el vagón. La parejita se queda, pero no alcanzo a ver el desenlace de aquella historia…

Tres días después, mientras espero que llegue el subte B en Florida, alguien pasa a mi lado y se detiene a pocos metros sobre el andén. La sorpresa es enorme: es el muchacho del ataque de pánico, ya más calmado. “Sobrevivió”, pienso aliviado y me río de la extraña coincidencia. Cuando llega el tren, otra vez queda sentado frente a mí. Es entonces cuando me mira y por un momento parece como si me reconociera. Se baja rápido, en Carlos Pellegrini, seguro para combinar con la D. Espero que no vuelva a caer preso de la angustia…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Preocupante, hay gente que va con Rivotril en el bolsillo.....ojala no nos pase!!

Anónimo dijo...

los seres sensibles sienten mas que otros la vulnerabilidad de los tiempos que vivimos.
Es un signo de humanidad, aunque haya sufrimiento. No todo esta perdido en cuanto al devenir de la especie,si seguimos siendo sensibles y solidarios.
El Rivotril solo silencia el síntoma y nos sumerge en la Matrix