Mi amigo Maxi Beret me contó alguna vez acerca del Literato Experimentador Que Rompe las Convenciones.
Se trata de un pibe dispuesto a experimentar todo tipo de extrañas situaciones -y hasta provocarlas- con tal de poder escribir nuevas historias. Es decir, alguien que a la hora de escribir prefiere la acción a la imaginación. Su premisa básica consiste en romper la norma, la previsibilidad, hacer aquello que tal vez pensamos por un segundo y descartamos de plano por sus consecuencias, realizar lo irrealizable, pronunciar lo impronunciable.
Parece que una vez, mientras viajaba en colectivo, el Literato se preguntó que pasaría si se levantara de su asiento y le encajara una buena trompada en la cara a un completo desconocido sin razón alguna. Es decir, pararse así nomás y sin explicaciones ni preludios de ningún tipo, rajarle bien la jeta a un extraño porque sí, o más bien con el único fin de escrutar la reacción del agredido. Imagínense: viene un tipo y te emboca de la nada. Te ponés a pensar cualquier cosa, no entendés nada, tal vez ni se la devuelvas por la perplejidad que te inunda los sesos (y el mareo de la ñapi).
Bueno, entonces, parece que el Literato se para, va y le zampa un trompis en la caripela al viajante y ahora qué. Y ahora el gratuito involuntario colaborador no entiende nada pero la ira es mayor que el desconcierto y le entra a dar como para que no le queden ganas ni de escribir al Experimentador. Parece que lo baja del bondi a los manotazos, lo tira a la calle y sigue su camino de normalidad interrumpida. El escritor obtiene, además de una buena golpiza, aquella historia tan deseada.