1.3.06

Lágrimas de colectivo

A continuación reproduzco una crónica de de Mariana Ortisi (¡gracias Mariana!), sobre una situación que presenció en un viaje en colectivo:
"Lunes, tres de la tarde, línea 152, la chica lloraba, la cara contra la ventanilla, encogida sobre sí misma. Discretos, el resto de los pasajeros fingimos no escuchar sus sollozos cada vez más convulsivos. La reacción de la mayoría fue observar con más atención el paisaje exterior.
Dar rienda suelta a la congoja, en una sociedad que llora a puertas adentro o ante las cámaras de televisión, genera desconcierto e incomodidad en los testigos involuntarios. A medida que avanzaba el tiempo y los gemidos no cesaban comenzamos a mirarnos unos a otros furtivamente, como preguntándonos hasta cuándo. Era una chica joven, no tendría más de dieciocho años: finalmente, ¿habría que sentarse a su lado y preguntarle alguna obviedad del estilo qué te pasó? Ya estaba casi decidida a dar el paso, consciente del riesgo de ser devuelta sin contemplaciones a mi asiento, reacción que muy probablemente hubiera tenido yo a la edad de la lastimera, cuando un señor entrado en canas me ganó de mano. Con suavidad y cierta insistencia, el hombre comenzó a pasarle, uno a uno, pañuelitos de papel que la chica humedeció con énfasis levemente decreciente por un buen rato. En algún momento, la chica se sonó con estruendo y el hombre aprovechó para cambiar de objeto: en vez de un pañuelo, le tendió algo que desde mi asiento parecía una pastilla o un chicle. Sumisa, la llorosa se lo metió en la boca y las lágrimas casi cesaron. Un rato después, el colectivo se detuvo, ella se puso la campera sin volver la cabeza, se levantó, le dio un beso rápido y sonoro en el cachete al solidario y bajó, con los ojos hinchados pero la mirada despejada. Si la chica quedó en deuda con el pasajero, que después de cederle el paso se entretuvo el resto del viaje mirando hacia afuera con la naturalidad de quien todos los días se dedica a consolar adolescentes afligidas y, por lo tanto, desdeña todo gesto de aprobación o frase de elogio, más en deuda quedé yo. Sin palabras: muda lección para una que cree que el mundo esta lleno de indiferentes.
De todos los saberes, tal vez los más perdurables son los que recibimos de maestros inesperados. O porque no les adjudicábamos la capacidad de enseñarnos lo que de ellos hemos aprendido o porque, directamente, no esperábamos que nos enseñaran nada.Generalmente voy por la vida impregnada de un gran escepticismo en la gente. Sólo veo indiferencia y egoísmo. Ayer el pasajero de la línea 152 me demostró todo lo contrario."

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