lo repito como lo oigo una idea de Beckett en “cómo es” sobre la posibilidad de conocer a todos aunque sea indirectamente por referencias por contigüidad por transitividad dice Samuel
“igualmente si somos un millón cada uno de nosotros sólo conoce personalmente a su verdugo y a su víctima es decir al que le sigue inmediatamente y al que inmediatamente le precede
y sólo es conocido personalmente por ellos
pero puede muy bien en principio conocer por su reputación a los 999.997 restantes que por su posición en la ronda no ha tenido nunca ocasión de encontrar
y ser conocido por ellos debido a su reputación”
Siempre me ha impresionado la idea de la posibilidad de conocer a todos –absolutamente a todos- los habitantes de esta enorme ciudad, aunque sea en forma indirecta. Está bien, sé que en la práctica esto aparece como algo imposible, pero piénsenlo un poco. Cada uno cuenta con una “agenda” que puede oscilar aproximadamente entre cincuenta y cien personas, incluso más. No hablo sólo de familiares y amigos, me refiero también a compañeros de trabajo, de estudios, equipo de fútbol, clase de yoga, etc. Gente que, a su vez, cuenta con agendas igual de abultadas, decenas de nombres que en algunos casos pueden coincidir con los que nosotros tenemos pero en otros seguro que no. Y esos nombres llevan a otros listados de nombres y así sucesivamente. Si hiciéramos el ejercicio, podríamos ir formando extensas cadenas de contactos, infinitos organigramas con vínculos hacia todos lados y a través de los cuales podríamos llegar a casi cualquier habitante de Buenos Aires. O del país. Y si continuáramos aún más, aunque fuera una operación tortuosa, una verdadera quimera, podríamos ampliar nuestra red y abarcar el continente y hasta el mundo entero. Es decir, conozco solamente a aquellos que conforman mi entorno inmediato, “los que me rodean”, como siempre decimos un poco egocéntricamente. Sin embargo, en forma indirecta, a través de mis conocidos, podría llegar –aunque sea hipotéticamente- a conocer a cualquier otro del conjunto.
“igualmente si somos un millón cada uno de nosotros sólo conoce personalmente a su verdugo y a su víctima es decir al que le sigue inmediatamente y al que inmediatamente le precede
y sólo es conocido personalmente por ellos
pero puede muy bien en principio conocer por su reputación a los 999.997 restantes que por su posición en la ronda no ha tenido nunca ocasión de encontrar
y ser conocido por ellos debido a su reputación”
Siempre me ha impresionado la idea de la posibilidad de conocer a todos –absolutamente a todos- los habitantes de esta enorme ciudad, aunque sea en forma indirecta. Está bien, sé que en la práctica esto aparece como algo imposible, pero piénsenlo un poco. Cada uno cuenta con una “agenda” que puede oscilar aproximadamente entre cincuenta y cien personas, incluso más. No hablo sólo de familiares y amigos, me refiero también a compañeros de trabajo, de estudios, equipo de fútbol, clase de yoga, etc. Gente que, a su vez, cuenta con agendas igual de abultadas, decenas de nombres que en algunos casos pueden coincidir con los que nosotros tenemos pero en otros seguro que no. Y esos nombres llevan a otros listados de nombres y así sucesivamente. Si hiciéramos el ejercicio, podríamos ir formando extensas cadenas de contactos, infinitos organigramas con vínculos hacia todos lados y a través de los cuales podríamos llegar a casi cualquier habitante de Buenos Aires. O del país. Y si continuáramos aún más, aunque fuera una operación tortuosa, una verdadera quimera, podríamos ampliar nuestra red y abarcar el continente y hasta el mundo entero. Es decir, conozco solamente a aquellos que conforman mi entorno inmediato, “los que me rodean”, como siempre decimos un poco egocéntricamente. Sin embargo, en forma indirecta, a través de mis conocidos, podría llegar –aunque sea hipotéticamente- a conocer a cualquier otro del conjunto.
Pero veamos cómo podría ser. Supongamos que mi tía Susana conoce a José, el verdulero, que a su vez conoce a Miguel, un comerciante que tiene un local sobre Av. San Juan y con quien juega todos los sábados a la pelota. Miguel es íntimo amigo de Jorge, que tiene un taller mecánico en la zona de Pompeya y siempre le arregla el auto a Ana, una abogada que trabaja en un estudio en el centro. Ana comparte oficina con Marta, quien tiene una hija, Lucía, que vive en España y que se ha casado con Robert, un inglés que se encuentra trabajando temporariamente en Madrid. Entonces, mi tía Marta podría llegar perfectamente a saber algo de este muchacho Robert si se lo propusiera, aunque seguramente no tenga ningún motivo para hacerlo. Pero la posibilidad está. Así como Robert podría saber a través de Lucía que su mamá comparte oficina con una señora que se llama Ana, que siempre lleva a arreglar su auto al taller de un tipo que se llama Jorge, que es amigo de Miguel, quien tiene la costumbre bien argentina de jugar a la pelota los sábados con un tal José, verdulero, que no aguanta más a una tal Susana que cada vez que le va a comprar se la pasa hablando de las pelotudeces que escribe su sobrino…
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