El changuito, ése carro que originalmente fue concebido para facilitar las compras en el supermercado, se ha convertido en un elemento especialmente simbólico de nuestra sociedad.
Por un lado, continúa siendo utilizado para aquello que fue pensado, es decir, como receptáculo para todos aquellos bienes que los consumidores optan por llevarse de un supermercado, almacén u otras tiendas de este tipo. Es un dispositivo que sirve para transportar toda la variedad, la inagotable gama de productos que fabrica nuestra sociedad. En este sentido, podemos verlo como un ícono del consumo.
Por el otro, este mismo elemento ha sido destinado a otro tipo de función, la cual ha crecido enormemente en los últimos años de nuestro país. Se trata del cirujeo. El changuito pasa de contenedor de bienes de consumo a transporte de todo aquello que los demás tiran y que el “cartonero” se encarga de juntar para su comercialización y reutilización. Ya no lleva los flamantes y relucientes bienes que brotan casi como el agua de nuestros avanzados sistemas de producción. Lo que ahora se aloja en ellos es justamente lo que la mayoría considera el desperdicio de esa producción, los “residuos” que ya no son pasibles de ser consumidos. El contenido, lo que el carro transporta, ha cambiado y eso hace que el significado del mismo también varíe y pasemos a asociarlo más al hambre, a la pobreza, al trabajo de aquellos que salen a pelearle a la desocupación. En este caso es, más bien, un ícono de la subsistencia más elemental.
Por un lado, continúa siendo utilizado para aquello que fue pensado, es decir, como receptáculo para todos aquellos bienes que los consumidores optan por llevarse de un supermercado, almacén u otras tiendas de este tipo. Es un dispositivo que sirve para transportar toda la variedad, la inagotable gama de productos que fabrica nuestra sociedad. En este sentido, podemos verlo como un ícono del consumo.
Por el otro, este mismo elemento ha sido destinado a otro tipo de función, la cual ha crecido enormemente en los últimos años de nuestro país. Se trata del cirujeo. El changuito pasa de contenedor de bienes de consumo a transporte de todo aquello que los demás tiran y que el “cartonero” se encarga de juntar para su comercialización y reutilización. Ya no lleva los flamantes y relucientes bienes que brotan casi como el agua de nuestros avanzados sistemas de producción. Lo que ahora se aloja en ellos es justamente lo que la mayoría considera el desperdicio de esa producción, los “residuos” que ya no son pasibles de ser consumidos. El contenido, lo que el carro transporta, ha cambiado y eso hace que el significado del mismo también varíe y pasemos a asociarlo más al hambre, a la pobreza, al trabajo de aquellos que salen a pelearle a la desocupación. En este caso es, más bien, un ícono de la subsistencia más elemental.
Tal vez el ejemplo más extremo de esto último es el que tan lúcidamente describe Paul Auster en “El país de las últimas cosas”. Allí, en aquel lugar donde todo va desapareciendo y sobrevivir cada día es un enorme triunfo, proliferan los “traperos”, gente que se gana la vida recogiendo basura o recloectando objetos varios. En ese contexto, los carritos de supermercado se han convertido en una herramienta de trabajo fundamental. Su demanda crece y con ella su cotización, lo que obliga a los traperos a atarse a los changuitos mediante una correa, dispuestos a defenderlos con la propia vida.
Creo que podríamos trazar una especie de línea, como esas en las que se grafica la evolución biológica que va del mono al homo sapiens, pero ésta iría del hombre consumidor al hombre de la subsistencia. Del súper chango al pobre changuito.
Creo que podríamos trazar una especie de línea, como esas en las que se grafica la evolución biológica que va del mono al homo sapiens, pero ésta iría del hombre consumidor al hombre de la subsistencia. Del súper chango al pobre changuito.
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