Me gusta mirar las casas demolidas, es decir, los rastros que éstas dejan en las edificaciones vecinas. Esas paredes, esos muros linderos donde sólo quedan vestigios de una vida compartimentada en pequeños ambientes. Como huellas digitales a través de las cuales reconocemos al difunto, quedan marcados los tabiques, permitiéndonos imaginar el dibujo de las habitaciones que allí estaban y que ahora solamente nos deja cierta sensación de espacialidad truncada.
Unos azulejos verdosos nos hacen vislumbrar lo que era un baño, justo al lado de una pared ocre con un rectángulo más chico en su interior, algo así como una mancha blanca que parece el fondo hueco de un placard. Fantasmas. No queda vida alguna, sólo la radiografía de una casa muerta. Nada sabemos de los motivos de la defunción, aunque, probablemente, sea un nuevo gran edificio. Y entonces volverán los módulos, las distintas habitaciones, quizás más chicas aún.
A veces, hasta queda algún caño colgado, una toma de luz en la pared, el dibujo de una escalera lateral. Es gracioso mirar ese esqueleto: el piso que ya no está y las paredes como brazos. Las casas demolidas nos dejan un esquema de la vida que alojaban.
Unos azulejos verdosos nos hacen vislumbrar lo que era un baño, justo al lado de una pared ocre con un rectángulo más chico en su interior, algo así como una mancha blanca que parece el fondo hueco de un placard. Fantasmas. No queda vida alguna, sólo la radiografía de una casa muerta. Nada sabemos de los motivos de la defunción, aunque, probablemente, sea un nuevo gran edificio. Y entonces volverán los módulos, las distintas habitaciones, quizás más chicas aún.
A veces, hasta queda algún caño colgado, una toma de luz en la pared, el dibujo de una escalera lateral. Es gracioso mirar ese esqueleto: el piso que ya no está y las paredes como brazos. Las casas demolidas nos dejan un esquema de la vida que alojaban.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario