A veces, pareciera que lo más importante de las vacaciones son las fotos, los registros que dan cuenta que allí estuvimos y que a todos podemos enseñar a la vuelta.
“A mejores fotos, mejores vacaciones”. Digo, porque nos volvemos medio mecánicos en este punto y vamos y nos paramos en un lugar con un paisaje increíble y ¡pum!, ya está, ahora a moverse hacia otra vista y ¡pum!, de nuevo, y ahora allá con ese cartel de “Bienvenidos a La Quiaca” y ¡pum!, y así hasta agotar los rollos o las memorias de las digitales.
Susan Sontag decía que la fotografía se había convertido en “uno de los medios principales para experimentar algo, para dar una apariencia de participación”. Pero Sontag remarcaba que las fotografías, además de certificar la experiencia, podían ser un modo de rechazarla, pues llevaba a una simple búsqueda de lo fotogénico. Es decir, acotamos la experiencia, la convertimos en una imagen, un souvenir. Pensamos el viaje tan sólo en cuanto estrategia para acumular fotografías.
¿Por qué no nos sentamos un rato y nos tranquilizamos? ¿Por qué no vivenciamos más esos momentos y nos contactamos de forma más intensa con el entorno? ¿Por qué somos tan esclavos de esa furia registradora? ¿Será porque ésa es la mejor manera de mostrar y demostrarnos lo bien que la pasamos? ¿Será porque un momento de grata contemplación es mucho más difícil de comunicar sólo con la ayuda de las palabras? ¿Es entonces tan sólo una cuestión de marketing de los estados de ánimo? ¿Podemos pensar que todo lo que importa es vender y vendernos (a los otros y a nosotros mismos) una idea de felicidad con el irreprochable soporte de la imagen?
En fin, creo que no somos ni lo que el resto cree que somos ni lo que cada uno cree –y comunica- que es. Somos –simplemente- lo que hacemos y dejamos de hacer. Nuestras verdades y mentiras. Nuestros ensayos y actuaciones. En fin, todo aquello que accionamos y no tanto, movidos por los contradictorios y siempre-cambiantes caminos de nuestra psiquis.
En algún sentido, es como dice Galeano: “quizás somos las palabras que cuentan lo que somos”. Está bien, aunque yo le agregaría que también somos las palabras que callamos.
“A mejores fotos, mejores vacaciones”. Digo, porque nos volvemos medio mecánicos en este punto y vamos y nos paramos en un lugar con un paisaje increíble y ¡pum!, ya está, ahora a moverse hacia otra vista y ¡pum!, de nuevo, y ahora allá con ese cartel de “Bienvenidos a La Quiaca” y ¡pum!, y así hasta agotar los rollos o las memorias de las digitales.
Susan Sontag decía que la fotografía se había convertido en “uno de los medios principales para experimentar algo, para dar una apariencia de participación”. Pero Sontag remarcaba que las fotografías, además de certificar la experiencia, podían ser un modo de rechazarla, pues llevaba a una simple búsqueda de lo fotogénico. Es decir, acotamos la experiencia, la convertimos en una imagen, un souvenir. Pensamos el viaje tan sólo en cuanto estrategia para acumular fotografías.
¿Por qué no nos sentamos un rato y nos tranquilizamos? ¿Por qué no vivenciamos más esos momentos y nos contactamos de forma más intensa con el entorno? ¿Por qué somos tan esclavos de esa furia registradora? ¿Será porque ésa es la mejor manera de mostrar y demostrarnos lo bien que la pasamos? ¿Será porque un momento de grata contemplación es mucho más difícil de comunicar sólo con la ayuda de las palabras? ¿Es entonces tan sólo una cuestión de marketing de los estados de ánimo? ¿Podemos pensar que todo lo que importa es vender y vendernos (a los otros y a nosotros mismos) una idea de felicidad con el irreprochable soporte de la imagen?
En fin, creo que no somos ni lo que el resto cree que somos ni lo que cada uno cree –y comunica- que es. Somos –simplemente- lo que hacemos y dejamos de hacer. Nuestras verdades y mentiras. Nuestros ensayos y actuaciones. En fin, todo aquello que accionamos y no tanto, movidos por los contradictorios y siempre-cambiantes caminos de nuestra psiquis.
En algún sentido, es como dice Galeano: “quizás somos las palabras que cuentan lo que somos”. Está bien, aunque yo le agregaría que también somos las palabras que callamos.
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