Hago música con los dientes. Cuando escucho alguna melodía o, simplemente, cuando voy caminando por la calle y toco temas propios o ajenos. Mi mandíbula se mueve mínima pero rápidamente, mis molares marcan el compás, acompañados por los incisivos, que repiquetean en las partes donde los tambores resuenan con más continuidad.
La música que toco con los dientes habita en el interior de mis oídos. A menudo, me he preguntado si alguien que se colocase muy pero muy cerca podría escuchar los sonidos que fabrico con mi batería bucal. O si habría alguna manera de captar aquellos golpeteos, grabar alguno de mis temas. Es que suena realmente bien, con fuerza y precisión.
También me he preguntado si tanta actividad con mis blancos podría llegar a deteriorarlos seriamente. Todos esos golpes y raspones propios de los choques de unos contra otros ha de ir desgastándolos. Pero esta idea no me preocupa tanto y no creo que pueda hacer que deje de tocar.
Me imagino que debe estar lleno de bateristas dentales, íntimamente chasqueando sus dientes al compás de algún ritmo desconocido. Eso me pone triste, pues me hace pensar que el mundo abunda de música que nunca llegaremos a escuchar, nuevos ritmos que sólo sus autores disfrutan, naciendo y muriendo miles de veces en pequeñas salas de ensayo con paredes de paladar.
La música que toco con los dientes habita en el interior de mis oídos. A menudo, me he preguntado si alguien que se colocase muy pero muy cerca podría escuchar los sonidos que fabrico con mi batería bucal. O si habría alguna manera de captar aquellos golpeteos, grabar alguno de mis temas. Es que suena realmente bien, con fuerza y precisión.
También me he preguntado si tanta actividad con mis blancos podría llegar a deteriorarlos seriamente. Todos esos golpes y raspones propios de los choques de unos contra otros ha de ir desgastándolos. Pero esta idea no me preocupa tanto y no creo que pueda hacer que deje de tocar.
Me imagino que debe estar lleno de bateristas dentales, íntimamente chasqueando sus dientes al compás de algún ritmo desconocido. Eso me pone triste, pues me hace pensar que el mundo abunda de música que nunca llegaremos a escuchar, nuevos ritmos que sólo sus autores disfrutan, naciendo y muriendo miles de veces en pequeñas salas de ensayo con paredes de paladar.
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