La ciudad está llena de sentidos. En sus calles, sus construcciones, su gente. En las situaciones que tienen lugar todos los días. Los significados abundan, sobrepasando nuestra capacidad de lectura. Desbordándonos, repitiéndose a veces, pero fundamentalmente cambiando, transformándose cotidianamente sin que nos demos cuenta.
Sentidos, también, es lo que cada uno de nosotros tiene para percibir, acceder al mundo que nos rodea. Vista, olfato, gusto, tacto, oído. La vida en la ciudad privilegia unos sentidos y adormece otros. Nos llena de sonidos e imágenes de una forma casi compulsiva, atiborrando nuestros oídos y retinas, tornándonos insensibles ante lo que nos rodea.
El desafío es vivenciar la ciudad no como algo ajeno sino como el lugar que uno habita (o debería habitar) activamente. Establecer una conexión con nuestro entorno desde un lugar sensible, sin tantas mediaciones. Sacar la cabeza a ver qué está pasando. Preguntarse cómo vive la gente que comparte nuestro entorno, que configura y es parte de ese mismo ambiente dentro del cual nos encontramos insertos. Pues también somos ese entorno, formamos parte de él. Salir de nuestra casa-sofá-TV y tratar de mirar más allá. Hay muchas situaciones dándose todos los días en esta misma ciudad que habitamos, sucediendo a un costado, al margen de nuestra acotada experiencia. Hay otras tantas circunstancias que se nos repiten todos los días, inexorablemente, pero nunca cuestionamos. Difícilmente nos ponemos a pensar qué nos pasa cuando las vivenciamos, cómo es el carácter de esa experiencia, qué huella deja en nosotros. Vivimos naturalizándolo todo, acostumbrándonos rápidamente a lo que nos rodea. Lo incorporamos casi al instante a nuestro paisaje, de un modo irreflexivo.
Deshabitar el hábito. La desnaturalización de lo que nos rodea es una de las tareas más complejas pero apasionantes a las que nos podemos dedicar. Tratar de extrañarnos de todo y volver a pensar el sentido de las cosas. Preguntarse, preguntarse todo el tiempo. Intentar sorprenderse siempre. No dar nada por sentado, sino más bien, todo por sentido.
Sentidos, también, es lo que cada uno de nosotros tiene para percibir, acceder al mundo que nos rodea. Vista, olfato, gusto, tacto, oído. La vida en la ciudad privilegia unos sentidos y adormece otros. Nos llena de sonidos e imágenes de una forma casi compulsiva, atiborrando nuestros oídos y retinas, tornándonos insensibles ante lo que nos rodea.
El desafío es vivenciar la ciudad no como algo ajeno sino como el lugar que uno habita (o debería habitar) activamente. Establecer una conexión con nuestro entorno desde un lugar sensible, sin tantas mediaciones. Sacar la cabeza a ver qué está pasando. Preguntarse cómo vive la gente que comparte nuestro entorno, que configura y es parte de ese mismo ambiente dentro del cual nos encontramos insertos. Pues también somos ese entorno, formamos parte de él. Salir de nuestra casa-sofá-TV y tratar de mirar más allá. Hay muchas situaciones dándose todos los días en esta misma ciudad que habitamos, sucediendo a un costado, al margen de nuestra acotada experiencia. Hay otras tantas circunstancias que se nos repiten todos los días, inexorablemente, pero nunca cuestionamos. Difícilmente nos ponemos a pensar qué nos pasa cuando las vivenciamos, cómo es el carácter de esa experiencia, qué huella deja en nosotros. Vivimos naturalizándolo todo, acostumbrándonos rápidamente a lo que nos rodea. Lo incorporamos casi al instante a nuestro paisaje, de un modo irreflexivo.
Deshabitar el hábito. La desnaturalización de lo que nos rodea es una de las tareas más complejas pero apasionantes a las que nos podemos dedicar. Tratar de extrañarnos de todo y volver a pensar el sentido de las cosas. Preguntarse, preguntarse todo el tiempo. Intentar sorprenderse siempre. No dar nada por sentado, sino más bien, todo por sentido.
1 comentario:
Pasaba por aca de casualidad, porque estoy haciendo una monografia sobre el graffiti y lo urbano.....y me quede leyendo todos los post y la verdad que estuvieron muy copadas las cosas que escriben...saludos!
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